El infinito en un junco, de Irene Vallejo

El infinito en un junco” (Editorial Siruela) nos acerca a la invención de los libros en el mundo antiguo con una mirada profunda a los clásicos. Su lectura reivindica la importancia de leer y escribir como demuestra esta cita de Antonio Basanta:

“Leer es siempre un traslado, un viaje,

un irse para encontrarse. Leer,

aun siendo un acto comúnmente sedentario,

nos vuelve a nuestra condición de nómadas”

Irene Vallejo es la autora de este ensayo en el que también nos desvela su sentir más íntimo al enfrentarse, por ejemplo, a la página en blanco. 

Escribir, según lo expresa Marguerite Durás, es: 

“Intentar descubrir lo que escribiríamos si escribiésemos”

El libro ha superado la prueba del tiempo,  demostrando ser un corredor de fondo. Cada vez que hemos despertado del sueño de nuestras revoluciones o de la pesadilla de nuestras catástrofes humanas, el libro seguía ahí. Como dice Umberto Eco, pertenece a la misma categoría que la cuchara, el martillo, la rueda o las tijeras. Una vez inventados, no se puede hacer nada mejor. (pág. 20)

El punto de partida es la Biblioteca de Alejandría considerada como una enciclopedia mágica que consagró el saber y las ficciones de la Antigüedad para impedir su dispersión y pérdida. Variada y completísima, que abarcaba libros sobre todos los temas, escritos en todos los rincones de la geografía conocida. Incluyó asimismo las obras más importantes de otras lenguas, traducidas al griego. Junto al Museo, lugar de reunión de los mejores escritores, poetas, científicos y filósofos de la época, formaba parte del recinto del palacio.

La invención del libro es la historia de una batalla contra el tiempo para mejorar los aspectos tangibles y prácticos- la duración, el precio, la resistencia, la ligereza- del soporte físico de los textos. Desde las tablillas de arcilla de Mesopotamia y las de madera en Europa hasta el rollo de papiro en Egipto que supuso un fantástico avance al ser las hojas de papiro un material fino, ligero y flexible.

Alrededor del siglo VI a. C., nació la prosa y con ella, los escritores, que coincidió con el nacimiento de la filosofía. La escritura permitió crear un lenguaje complejo que los lectores podían asimilar y meditar con tranquilidad. ¿Cuándo aparecieron los libreros? Irene Vallejo -señala- en el tránsito del siglo V al IV a.C.

La autora de “El infinito en un junco” recuerda momentos de su vida, entre ellos de la infancia, en los que me ha transportado a los mismos en los que disfrutaba leyendo cuentos a mis hijos, Marina y Eduardo, antes de dormir. De hecho, conservo sus colecciones, con el propósito, quizá en un futuro de leérselos a mis nietos. Ese sereno tiempo de lectura, tras el agitado día, en el que el silencio reina cómplice de la magia de los hechizantes cuentos en la voz de una madre y se convierte en un paraíso fascinante.

Las bibliotecas, dice Irene Vallejo, han ido invadiendo silenciosamente el mundo. Entre el año 1500 y 300 a. C., existieron 55, solo para un público minoritario, en algunas ciudades de Próximo Oriente En la actualidad hay en España alrededor de 4.700 bibliotecas y más de diez mil bibliotecarios.

Por otra parte, se nombra a Heródoto (484 - 425 a. C.) como autor del primer reportaje de literatura universal. Su extensa obra “Historias” es el resultado de sus viajes, observaciones y preguntas, reunida en 9 partes con los nombres de las musas.

Los versos de Homero y Eurípides fueron la base del aprendizaje del método educativo. Se introducía a los niños en la lectura con frases bellas y difíciles que apenas podían entender: “Bálsamo precioso del sueño, alivio de los males, ven a mí” o “No desperdicies lágrimas frescas en dolores pasados”.

Seducidos por las palabras, los griegos inauguraron el género de la conferencia. Los sofistas, maestros itinerantes que viajaban de ciudad en ciudad a la búsqueda de alumnos, ofrecían exhibiciones para darse a conocer, demostrar la calidad de su enseñanza y probar ante el auditorio sus habilidades. En el siglo V a. C., el sofista Gorgias escribió:

“La palabra es un poderoso soberano; con un cuerpo pequeñísimo y del todo invisible, ejecuta las obras más divinas: quitar el miedo, desvanecer el dolor, infundir alegría y aumentar la compasión”.

Biblioteca de Alejandría
Biblioteca de Alejandría

Desgraciadamente la Biblioteca de Alejandría fue destruida 3 veces y otras, como la de Sarajevo en 1992 incendiada.

Arturo Pérez Reverte, entonces corresponsal de guerra, fue testigo: 

Cuando un libro arde, cuando un libro es destruido, cuando un libro muere, hay algo de nosotros mismos que se mutila irremediablemente. Cuando un libro arde, mueren todas las vidas que lo hicieron posible, todas las vidas en él contenidas y todas las vidas a las que ese libro hubiera podido dar, en el futuro, calor y conocimientos, inteligencia, goce y esperanza. Destruir un libro es, literalmente, asesinar el alma del hombre”. 

Biblioteca de Alejandría (2002)
En octubre de 2002 se inauguró la nueva Biblioteca de Alejandría que alberga una inmensa sala de lectura articulada en 7 pisos con un único techo formado por miles de paneles de colores que regulan la luz solar durante el día.

Irene Vallejo confiesa que la lectura de los libros de Stevenson, Ende, London y Conrad, además de su familia, fueron determinantes como refugio ante los años humillantes que vivió en su adolescencia. En la pág. 244 dice:

“ No soy un caso aislado. La violencia entre los niños, entre los adolescentes, se desarrolla protegida por una barrera de silencio turbio. Durante años me reconfortó no haber sido la chivata de la clase. No haber caído tan bajo. Por autoestima mal entendida, por vergüenza, obedecí la norma: ciertas cosas no se cuentan. Querer ser escritora ha sido una tardía rebelión contra esa ley. Esas cosas que no se cuentan son precisamente las que es obligado contar. He decido convertirme en esa chivata que tanto temí ser. La raíz de la escritura es muchas veces oscura. Esta es mi oscuridad. Ella alimenta este libro, quizá todo lo que escribo.”

Con la derrota del último rey de Macedonia, en el año 168 a. C., los romanos se apoderaron de la cultura griega, hecho que la autora asemeja a mediados del siglo XX con el cambio del epicentro del arte y el saber de Europa a Estados Unidos como también sucedió con el cine.

En latín, líber significa “libro” que originariamente daba nombre a la película fibrosa que separa la corteza de la madera del tronco. Los griegos llamaban “biblíon” al libro recordando así a la ciudad fenicia de Biblos, famosa por la exportación de papiros. En nuestra época, el uso del término, en su evolución, ha quedado reducido al título de una sola obra, la Biblia.

Los libros, sea por el regalo de un ser querido o por la recomendación de un librero ejerciente de un oficio de riesgo, nos siguen uniendo y anudando de una forma misteriosa. Algunas librerías, reinos del caos y del desorden, son el lugar feliz para el placer comprador y también un refugio asediado como lo fue la Maison du Livre en Berlín de François Frenkel, antes de escapar de su pequeño oasis de libros franceses.

Hasta la invención de la imprenta, los libros fueron objetos artesanales, es decir, de laboriosa fabricación, únicos e incontrolables. Sin embargo, los libros de hoy son la antítesis de aquellos antiguos manuscritos: objetos baratos, etéreos, sin peso, fáciles de multiplicar hasta el infinito, albergados en servidores y unidades de almacenamiento en centros de datos por todo el mundo pero estrictamente controlados.

Irene Vallejo
Irene Vallejo
Irene Vallejo nos recuerda que el libro es un viaje siendo su título la brújula y el astrolabio de quienes se aventuran por sus caminos

Cita por su densidad poética “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust, por la ironía “La vida instrucciones de uso” de Georges Perec, por el desasosiego “Matar a un ruiseñor” de Harper Lee, por inesperados y enigmáticos “Un tranvía llamado deseo” de Tennessee Williams, por los secretos presentidos “Paraíso inhabitado” de Ana Mª Matute.

La autora de “El infinito en un junco” asevera que escribe para que no se acaben los cuentos, escribe porque no sabe coser, ni hacer punto; nunca aprendió a bordar, pero le fascina la delicada urdimbre de las palabras. Cuenta sus fantasías ovilladas en sueños y recuerdos. Se siente heredera de esas mujeres que desde siempre han tejido y destejido historias. Escribe para que no se rompa el viejo hilo de voz.

En el epílogo, Irene Vallejo afirma que la humanidad ha desafiado la soberanía absoluta de la destrucción al inventar la escritura y los libros. Gracias a estos hallazgos, ha nacido un espacio inmenso de encuentro con los otros y se ha producido un fantástico incremento en la esperanza de vida de las ideas. 

De alguna forma misteriosa y espontánea, el amor por los libros ha forjado una cadena invisible de gente -hombres y mujeres- que, sin conocerse, ha salvado el tesoro de los mejores relatos, sueños y pensamientos a lo largo del tiempo.


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