"Aitami"



Aitami es el nombre del niño protagonista de este relato corto. Forma parte del volumen 13 correspondiente al Taller de escritura que he realizado el verano 2010 en Lanzarote.
Se lo he dedicado porque siempre me recordará una etapa muy especial vivida en el municipio de Tías entre los años 2005-2011.






"Aitami"

Era una mañana soleada de un 13 de octubre, día de San Eduardo. Me dirigía a paso ligero a la óptica de la calle Libertad cuando una voz infantil alegró mi caminar por la silenciosa calle Islote de Hilario. Giré la cabeza a la altura del mesón "El Pueblo" y vi a un niño que se entretenía jugando con dos sencillos caballos de plástico sobre una mesa de madera. Añoranza de mis propios hijos. Retrocedí mis pasos, entré y pedí un café en la barra. Mientras su madre, Nieves, lo servía me acerqué a él y le pregunté su nombre.
- Aitami - me respondió.
- ¿Cuántos años tienes? - le seguí preguntando.
- Seis - añadió Aitami.
Al darse cuenta de que me fijaba en su caballo de color negro me explicó que se llamaba David. Proseguí con mi curiosidad y me interesé por la cebra pero Aitami enseguida me rectificó señalando que era un caballo de color gris. Me disculpé por el error aunque estaba convencida de que las rayas de su lomo se asemejaban a las del animal más conocido de África y nunca realmente domesticado.
 
Se oían las voces animadas de la gente, la mayoría hombres, sobre actos deportivos, convecinos y demás situaciones cotidianas del municipio de Tías.
Volví a la barra. Aitami, sin olvidarse de sus amigos los caballos, se sentó en una de las banquetas altas, donde le colgaban los pies, para acompañarme. Los hombres nos miraban asombrados, casi a punto de reprender al niño del cual comentaban solía hablar mucho. Bebí un sorbito de café, degustándolo al máximo y observando los vivarachos ojos de Aitami quien ya había iniciado otra conversación en la que se refería a su perra Maca.
- ¿De qué raza es Maca? - le pregunté.
- Bardina - afirmó con orgullo Aitami.
Mis recuerdos afloran, bardina, bardina, bardina.... Yo también tuve un perro de esa raza durante casi 14 años. Mi fiel perro Drake. Lo recogimos un 3 de marzo de 1992. Era martes de Carnaval y mi marido y yo habíamos ido a la playa de Papagayo para mostrar a su hermana mayor, Mila, y a nuestro sobrino Guille, de cuatro años, que estaban disfrutando de unos días de vacaciones en la isla de Lanzarote, la belleza de su paisaje. Al pasear tranquilamente por la orilla aparecieron unos cachorros juguetones. Empezamos a contarlos 1, 2, 3, 4 y.... 5. De repente escuchamos un gemido procedente de un búnker que se divisaba a unos cuantos metros. Con cautela nos aproximamos y allí lloriqueaba otro cachorro que no se atrevía a salir de la construcción defensiva. Se nos ocurrió lanzarle suavemente piedrecitas para llamar su atención. En breve asomó su hocico y lo cogimos con mimo. ¡Ya teníamos la camada al completo! Tres machos y tres hembras alrededor de mes y medio.
Estaba oscureciendo y los jóvenes, que acampaban en las cercanías, nos confesaron que no sabían cómo habían llegado hasta allí los cachorros. Sin comida ni agua no resistirían mucho más. No podíamos abandonarlos a su suerte. Cada uno se distinguía por una característica especial: una patita blanca, rayas atigradas, una graciosa forma acorbatada en torno al cuello, en fin, consideramos que eran originales además de cariñosos y tiernos. Y como la familia debe siempre permanecer unida nos liamos la manta a la cabeza y nos los llevamos a todos a nuestro pequeño apartamento de Puerto del Carmen. Los ubicamos en la solana que comunicaba con la cocina y allí, en una tapa de cubo de basura invertida, les colocamos leche con foie-gras. ¡Menudo festín! En menos de una semana les habíamos buscado a todos un hogar excepto a uno. Nos quedamos con el más gordito y llorón, el que nos miraba a través de los cristales, suplicando nuestra presencia, mientras sus hermanos jugaban, tirándose unos encima de otros. Comprendía el cariño que sentía Aitami por Maca pues la gente que amamos a los animales mantenemos una maravillosa conexión con ellos. Tienen un sexto sentido para descubrir nuestro estado de ánimo y su espíritu noble está presente en los guiones de grandes producciones.
- ¿Te acuerdas, Aitami, de qué raza es la perra que comparte el hogar con Wendy y su familia en la película de Peter Pan? - le pregunto.
Su expresión dubitativa, intentando recordar a la perra de naturaleza afable, leal y protectora, cuyo nombre en inglés "Nana" se identifica con la función de niñera, me divierte. Le soluciono el enigma desvelándole que es de raza Terranova y que a pesar de su tamaño, casi gigante, tiene un carácter tranquilo; sin embargo, de ladrido poderoso. El pensamiento de la literatura me acerca a Lord Byron quien dedicó a su perro llamado Boatswain unas bellas palabras a su memoria "Aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad y tuvo todas las virtudes del hombre y ninguno de sus defectos".
Aitami, como un río que fluye, me quiere trasmitir las experiencias vividas con sus mascotas. Ahora les toca el turno a sus siete gatos. ¡Siete! - repito yo sorprendida. Sí, pero sólo chupan - me sosiega Aitami. Y yo, cada vez más ensimismada en el brillo que desprende su mirada, anoto en una pequeña libreta palabras clave que me permitan algún día dar cuerpo a un relato en el que será el protagonista principal. Su entusiasmo, contándome cómo suele ir con su padre, José,  a ver a su abuela a Tinajo subiendo la montaña, me emociona.
- En el recorrido hay conejos- me describe Aitami -. La última vez me caí en las rocas pero mi padre me salvó.
- ¿Has leído algún cuento de Andersen? - inquiero esbozando una sonrisa.
Aitami, frunciendo el ceño, mueve la cabeza negativamente.
- Seguro que sí conoces sus cuentos - recalco- pero no sabes quién los ha escrito: El patito feo, Pulgarcita, El soldadito de plomo, La reina de las Nieves, La Sirenita......
Entretanto regreso mentalmente a mi infancia en Barcelona. Mi abuela Cary me regaló con 9 años una colección inolvidable de Hans Christian Andersen y todavía saboreo los momentos en los que página a página iba descubriendo a sus personajes que, debido a su origen danés, solían ser hadas, duendes, brujas y elfos. Era tal su sensibilidad por la expresión de la belleza que la naturaleza estaba siempre presente como el sol, la luna, la lluvia y el viento dotándoles de la capacidad de razonar. Escribió incansablemente, inspirándose en todo lo que veía a su paso cuando viajaba y convirtiéndolo en hermosas historias.
- Con la lectura - le explico a Aitami - podemos construir bellos sueños llegando a visitar lugares lejanos sin movernos de casa. La imaginación debe ser nuestra aliada. Yo, cada día, me alimento de palabras, de párrafos, de capítulos que van creciendo y creciendo en forma de....
- ¡Libros! - adivina Aitami.
- Correcto - le aplaudo su efusividad.
Aitami me hace volver a la realidad indicándome con su dedo índice derecho una máquina llena de juegos localizada a la entrada del mesón.
- ¿Quieres intentarlo? – le propongo dándole una moneda de 1 euro.
El niño asiente y la introduce. El brazo articulado comienza a moverse pero no coge ninguno.
- No importa – digo en voz alta al ver su decepción –. Toma otra moneda.
Aitami, a pesar de su ahínco,  tampoco saca nada esta segunda vez.
- Venga, la última oportunidad – vuelvo a animarle.
Y sigo el movimiento hipnotizante del brazo articulado durante su descenso hasta que captura un objeto de color rosa chicle.
- Toma, es para ti – me entrega sonriente el niño.
- Me encanta tu regalo – le respondo acariciando al peluche en forma de boca.
Nieves llama a su hijo para irse a casa y Aitami se despide de mí con un beso saliendo disparado como una flecha. Me encamino también a la puerta  pero el sonido de una música me hace detenerme. Es la banda sonora de la película "La sirenita" que ganó un Oscar a la mejor canción "Bajo el mar". La tarareo bajando el último escalón del Mesón “El Pueblo”. Me fijo en  la etiqueta sobresaliente del peluche y en su procedencia:
“Calle del Sol, número 9, Barcelona”
Acabo de recibir la alegría de un mensaje cósmico a través de un niño feliz, Aitami, que me ha hecho recordar la época inocente y espontánea de la  infancia. Ambos  tenemos el privilegio de vivir en “Las Islas Afortunadas”.  

2 comentarios:

  1. Precioso relato, lleno de ternura. Felicidades

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  2. Hola Syra, cuánto tiempo...me han encantado tus relatos. El de "Aitami" muy tierno recordándome los años de colegio en los que íbamos a la biblioteca a leer los cuentos de Hans Christian Andersen, Hermanos Grimm, las Fabulas de Esopo y Samaniego...
    El de "La Clave" muy conmovedor recordándome la cultura argelina ya que me toca de cerca. No he sido capaz de encontrar donde dejarte un comentario a ese relato.
    Un abrazo fuerte y te deseo lo mejor.
    Maria Angeles Aquilino

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