TANA - Pedro Alisedo Goycoa - I Certamen Relatos Cortos de Yaiza 2013

Tana es el relato ganador en la categoría de adultos del I Certamen de Relatos Cortos de Yaiza 2013 organizado por la Asociación Cultural Castillo del Águila y el Todo-arte Grupo de Lectura
Su autor, Pedro Alisedo Goycoa, residente en Playa Blanca y oriundo de Galicia.
Fue leído en voz alta por el presidente del Cabildo, don Pedro San Ginés, en el papel de mago, Cristina Temprano, interpretando a Tana y Aday, y la que escribe ahora, Syra Jiménez-P. Arias, en la figura de narrador.


TANA
El mago se movía despacio sobre la tarima que hacía las veces de escenario. Se explicaba en inglés y alemán, pues ingleses y alemanes eran mayoría entre los clientes del hotel. Era nuestra última noche de unas vacaciones largamente esperadas y aplazadas siempre por mil motivos: trabajo, los estudios de nuestra hija o la delicada salud de Tana, mi mujer, que ahora seguía sus movimientos con ojos risueños y expectantes.
Mientras bajaba con alguna dificultad de la tarima fue realizando el último truco con un largo pañuelo de seda amarilla que recogió lentamente en su puño . Rondaba los setenta y vestía un esmoquin algo gastado y que le quedaba un poco grande, pero conservaba el pelo negro y un aire entre bohemio y aristocrático que le daba un atractivo misterioso. Con el pañuelo ya recogido el mago miró al público y, juntando los dedos de su mano libre, sopló sobre ellos y los abrió. Tana puso su mano sobre la mía y me miró sonriendo.
De la mano que antes escondía el pañuelo salió una paloma que voló aturdida entre los aplausos corteses del público.
- Magia!! dijo Tana encantada.
Sonreí y la miré. Conservaba todavía su belleza isleña, ahora madura, su encanto y ese aire especial de despreocupación infantil que la seguía haciendo, a mis ojos, irresistible.
- Es bueno - dije
- No, no. Es mágico - dijo ella.
Parecía decirlo en serio y yo, sorprendido, levanté las cejas con escepticismo y me encogí de hombros. Nos quedamos un rato en silencio, viendo como el mago recogía sus bártulos y disfrutando de una magnífica noche estrellada y del viento cálido del desierto.
- La magia existe caballero, ¿no lo cree?
El mago tenía la voz profunda, aterciopelada y con un fuerte acento centroeuropeo. Se acercó hacia nosotros con su vieja maleta en la mano sin dejar de mirarme. No había en sus ojos verdes una mirada seria o reprobatoria. Era más bien la mirada de un maestro dispuesto a explicar una lección.
- Todos nacemos con la magia en nuestro corazón. Nacemos en un mundo mágico, señor - El mago levantó la nariz, cerró los ojos e inspiró el aire cálido y dulzón de la isla - ¿O hay algo más mágico que el olor de la piel de nuestra madre? ¿O de la libertad de inventarse mundos únicos, particulares? Por desgracia, la inmensa mayoría de la gente pierde su magia en la niñez. Solo unos pocos siguen guardando un niño dentro. Un secreto. Solo ellos pueden hacer magia. ¿Lo comprende señor?
Le miré sorprendido y asentí amablemente.
- No, no lo comprende. Y no lo comprende porque no lo cree. Piensa deductivamente, con la mente, no con el corazón – se llevó la mano al pecho, negó con la cabeza, la agachó y , con gesto teatral, la levantó lentamente mirando a Tana. - Pero ella... me he fijado en ella. Ella guarda aun un brillo de magia. Mire sus ojos caballero.
Tana permanecía muy quieta, mirando al mago fijamente. Parecía tranquila, concentrada.
- Pero, permita que me presente: mi nombre es Karlier. Besanctus Karlier, y soy mago. Aunque éste no haya sido siempre mi nombre. A veces los hombres deben cambiar de nombre y de piel como los lagartos. Voy a demostrarle que la magia existe. ¿Usted cree que su mujer podría hacer magia? No un truco, no. Magia verdadera, real. Me refiero a algo inexplicable a la razón. Parece usted una persona honesta, un hombre de palabra. Contésteme sinceramente.
Lo miré un instante. No valía la pena mentirle ni mentirme a mí mismo.
- No lo creo – dije.
- Perfecto. ¿Podría tomar asiento?
Asentí y le indiqué la silla frente a nosotros. Se sentó despacio sin dejar de mirar a Tana.
- ¿Su nombre? - le preguntó.
- Tana.
El mago sonrió y afirmó con breves movimientos de cabeza, como si no hubiera esperado otro nombre más que ése. Sacó una baraja del bolsillo.
- Tome esta baraja. Como verá está precintada. Se trata de una baraja francesa. Cincuenta y dos cartas distintas. Cuatro palos: corazones, tréboles, diamantes y picas. Ábrala, por favor, compruebe que así es, baraje y corte.
Tana cogió la baraja con las dos manos. Abrió la caja de cartón y arrancó el precinto. Puso las cartas boca arriba y ambos comprobamos que era una baraja normal y corriente, con todas sus cartas. Después Tana barajó a conciencia. Cuando le pareció suficiente dejó la baraja ante sí, cortó y miró al mago.
- Esto será muy sencillo. Ahora solo tiene que imaginar, “sentir” una carta. Verla.
Tana cerró los ojos. Por un instante me pareció dormida.
- Ya está – dijo.
- Ahora coja el mazo y extiéndalo en abanico delante de usted.
Tana extendió las cartas despacio, parándose a colocar mejor algunas con las yemas de sus dedos.
- ¿Cual es la carta que ha imaginado?
- El dos de corazones.
- Magnífico!!. Ahora piense dónde está la carta, sáquela y colóquela bajo la palma de su mano.
Tana no pareció dudar, sino “buscar” dónde se encontraba la carta. Movió la mano por encima de la baraja apenas un par de segundos y escogió una carta que separó delicadamente de las demás.
- Ahora, Tana, dele la vuelta a la carta.
Tana me miró y sonrió con su sonrisa más traviesa ;volteó la carta despacio y allí estaba...EL DOS DE CORAZONES!!
El mago aplaudió sordamente mientras sonreía y Tana estallaba en un gritito infantil llevándose las manos a la boca. La mía se mantenía abierta en una expresión bobalicona mientras miraba al mago primero y después a Tana.
- Increíble – dije asustado – pero... pero ¿Cómo diablos lo ha hecho?
- Yo no he hecho nada señor- dijo mostrándome las palmas de sus manos – Ha sido ella, Tana. Ha sido capaz de usar algo que guardaba en su corazón desde hace mucho tiempo. Ella “sabía” que podía hacerlo. Es simple.
Apoyé los codos en la mesa y me llevé las manos a las sienes. Aquello era inexplicable. Tana no podía saber donde estaba la carta, y en cuanto a casualidades, bueno, yo no creía en ellas. ¿Posibilidades? Una entre cincuenta y dos. No, no era posible, y sin embargo ocurrió.
- Vamos caballero, no busque más explicaciones. Es todo de una sencillez apabullante, primitiva, infantil. Solo magia – El mago se recostó en la silla y cruzó las piernas – Ahora Tana hará algo más difícil, más personal. ¿Tiene usted un pañuelo, por favor?
- Eh..sí, sí, claro. Aturdido, busqué en mi chaqueta hasta encontrarlo.
- Bien, muy bien - dijo el mago – Ahora, Tana, vuelva a poner la carta boca abajo, coja el pañuelo y extiéndalo por encima. Así, perfecto. Ahora coloque su mano sobre el pañuelo. Bien, lo que quiero que haga ahora es que cierre los ojos y vuelva a los olores, al tacto, a los sonidos de su niñez. Quiero que recuerde la magia, “su” magia, y que escoja un objeto que la represente. Un objeto donde pueda guardarla, donde puedan concentrarse su mundo mágico y sus sueños.
Tana cerró los ojos, echó la cabeza ligeramente hacia atrás y puso su mano sobre sus labios. Pasaron un par de interminables minutos. A veces sus dedos temblaban ligeramente y me empecé a preocupar. Miré al mago, pero éste me hizo un gesto tranquilizador con la mano. De repente, Tana habló con una voz un poco ronca.
- Ya viene
Entonces se relajó. Resopló moviendo la cabeza de un lado a otro, sonriendo, como una niña que acabara de superar una prueba difícil, una adivinanza.
- Ya está, mira – me dijo.
Levantó el pañuelo con dos dedos y descubrió una piedra verde, pulida y rectangular: UNA OLIVINA DE LA ISLA!!!. La acercó a sus ojos y la miró a contraluz y luego la apretó fuerte en su mano. Yo no salía de mi asombro, no era capaz de articular palabra alguna.
- Bueno Tana - dijo el mago – esa es tu piedra. Ahí está tu magia. En ella podrás encontrar recuerdos de un mundo en el que viviste hace tiempo. Te ayudará. Ahora debo irme. Ha sido un placer conocerles.
Se levantó lentamente, me saludó con una inclinación de cabeza y besó la mano de Tana, que respiraba con la tranquilidad de alguien que ha recuperado algo muy valioso. Cogió la maleta y comenzó a irse, pero pareció dudar por un momento y se volvió.
- Ha escogido usted la carta del amor. “Les deux coeurs”, los dos corazones!! Pero algo me dice que hay un tercer corazón, un corazoncito que viene de camino. Debería mirar otra vez la carta.
Tana se quedó paralizada por un momento, entonces, poco a poco fue asomando a su rostro una sonrisa de felicidad. Se levantó y abrazó al mago y lo besó en ambas mejillas mientras las lágrimas cubrían su cara. Después volvió a sentarse y volteó la carta de nuevo y … EL TRES DE CORAZONES!!
Antes de cruzar la puerta el mago se volvió de nuevo, juntó los dedos de su mano y, soplando sobre ellos, los abrió como si fueran fuegos artificiales.
  • Ha sido increíble, increíble. No entiendo nada – dije.
  • Bueno, él ya lo ha explicado todo – dijo ella tranquila.
  • ¿Y qué es eso del tercer corazón en camino? Tú ya no puedes...
Tana me acarició la mejilla.
- Pero que bobo!. Vamos a ser abuelos!!

Al día siguiente, al regresar a casa, llamó Beatriz,nuestra hija. Estaba embarazada. Tana habló con ella largo rato, la tranquilizó y le transmitió ilusión y confianza. Yo seguía aturdido y confuso. Llamé al hotel para intentar localizar a Karlier. Necesitaba explicaciones, algo racional a lo que asirme. Me dijeron que ya no estaba: aparecía y desaparecía por temporadas, algo que me pareció natural en un hombre tan enigmático.
Tana predijo que el bebé sería una niña. Al parecer se lo transmitió la piedra. La olivina jugó a partir de entonces un papel importante en su vida. Cuando su salud fue empeorando la veía a veces, muy debilitada ya, sentada en su sillón y tapada con una manta, sostenerla frente a sus ojos sonriendo. Creo que le ayudó a dejarnos, de alguna manera, con más sosiego y naturalidad.


Años después acompañé a Beatriz y a nuestra nieta a un congreso en Praga en calidad de abuelo para todo. Mi yerno, por razones de trabajo no se pudo hacer cargo de la pequeña, y mi hija insistió tenazmente en que las acompañara para sacudirme la melancolía que amenazaba con consumirme. Así que me dispuse a adaptar mis pasos a los pasitos de la pequeña para descubrir la anciana y encantadora ciudad a través de los ojos y las sensaciones de una niña.
Una tarde, recorriendo las estrechas calles de la ciudad vieja me topé con un cartel frente a un antiguo café que anunciaba: “Koulzelnická Show!!”, Espectáculo de Magia!!, y debajo, en letras rojas: B.S. Kharlyer. El corazón me dio un vuelco, faltaban horas para la actuación, pero tuve la intuición, la certeza más bien, de que era él y estaría allí, y sin pensarlo dos veces arrastré a mi nieta adentro.
El interior estaba oscuro y sin clientes. Los últimos rayos de sol que se colaban por los cristales emplomados rojos y azules creaban en la penumbra un ambiente mágico e irreal. La silueta de un hombre se recortaba contra la luz de la última ventana, sentado frente a una pequeña mesa. Me acerqué despacio con mi nieta cogida de la mano. La niña, que había protestado con mi repentina carrera, parecía encantada ahora con los reflejos de colores y los pequeños floreros de cristal de Bohemia con siemprevivas que adornaban las mesas.
Levantó la vista y me reconoció al instante. Estaba más viejo y más delgado y seguía vistiendo su ajado esmoquin, pero conservaba su pelo negro y su mirada penetrante.
  • Oh, caballero, que sorpresa!!
Se incorporó para estrecharme la mano. Mientras lo hacía no dejó de mirarme a los ojos, y pareció saberlo todo. Todo lo que había pasado en el tiempo transcurrido desde la noche del hotel, los momentos felices y los tiempos tristes, mi soledad incurable, irremediable. Me apretó firmemente la mano y me estremecí al sentir en la mía un calor entrañable y reconocible.
  • Lo lamento.
  • Gracias – respondí confuso.
  • Pero siéntense, por favor. ¿Que le trae por esta apasionante ciudad?
  • He venido a acompañar a mi hija a un congreso.
  • Y bueno, supongo que esta jovencita tan fascinante que le acompaña es su nieta, conozco esos ojos verdes. ¿Como te llamas querida?
  • Aday. ¿Y tú? - la pequeña lo miraba curiosa y tranquila.
  • Yo tengo muchos nombres – me miró con picardía – porque soy un mago. Dime Aday, ¿Te gusta la magia?
  • Claro – respondió ella – A veces juego a hadas y hablamos.
  • Que maravilla!!.
Aunque se dirigía a la pequeña, me miraba a mí. Sabía que el destino o lo que fuera me había llevado hasta allí buscando algo incomprensible para mí, inaprensible. Apoyó los codos en la mesa, emparejando los dedos de sus manos y volvió a mirar a la niña.
  • ¿Quieres jugar a magia conmigo Aday?
  • Sííí– Aday se puso de rodillas en la silla y juntó sus manitas imitando el gesto serio del mago.
  • Bien. Coge una servilleta del servilletero, levántala con los dedos y ponla delante de ti.
  • ¿Así?
  • Perfecto. Ahora tápala con las manos y piensa en algo mágico, un tesoro, que te gustaría tener – hizo un gesto con la palma de su mano al frente- pero no lo digas!!. Ah, y tiene que caber en tus manos. ¿De acuerdo?
  • Vale.
Aday tapó la servilleta con las manos, cerró los ojos con fuerza,apretó los labios e inclinó su cabecita sobre la mesa. Un mechón de pelo rubio le cayó sobre la cara y reflejó los tonos multicolores de los cristales de la ventana.
  • Ya – dijo sonriendo.
  • Veamos – dijo el mago.
Aday apartó la servilleta y nos mostró en su mano una piedra pequeña, verde y pulida.
  • Una piedra mágica!!
Esta vez no me pregunté nada, ni siquiera me sorprendí. Sólo “sentí”. Cerré los ojos y comprendí que no debía comprender. Vi a Tana mirándome serena, escuché su risa cristalina y noté sus manos mientras apretaba con fuerza en mi bolsillo su olivina y sentía su calor reconfortante.

Don Pedro San Ginés, Syra Jiménez-P. Arias y Cristina Temprano

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