Lo raro es vivir, de Carmen Martín Gaite
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| Anagrama |
hay veces en que lo normal pasa a extraordinario así por las buenas y lo notamos sin saber cómo
Águeda está unida a un arquitecto, Tomás, con un carácter equilibrado que le proporciona la calma que necesita, sobre todo, en este momento en el que la visita al abuelo había dejado a la intemperie una serie de cables de distintas procedencias que estaban a punto de provocar cortocircuito. Las llamadas de Tomás, desde Jaén, donde estaba trabajando, le proporcionaban sosiego.
Un día que Águeda coge el metro, hecho que metafóricamente lo cita como bajar al bosque, coincide con un amigo, Félix, al que hace tiempo no veía. Toman un café y rememoran la época en la que frecuentaban locales de música rock. Félix se sorprende mucho que haya estudiado una oposición y sea archivera. Una de las ventajas de serlo es que Águeda conoce a gente muy interesante, tal es el caso de un profesor de La Sorbona, Ambroise Dupont, que se ocupaba del estado del clero español a finales del siglo XVIII. Fue él quien le habló de Vidal y Villalba, motivo que propició su mayor dedicación a la historia.
Por otra parte, a Águeda le quedan asuntos pendientes. Uno de ellos es hablar con su padre, Ismael, sobre la causa de la muerte de su madre. Finalmente se ven y su padre le confirma que el desencadenante fue un aneurisma. Otro asunto que siempre ha pospuesto era llamar a Rosario Tena. Entonces se acuerda de cómo entró a formar parte de su vida. En esa época, ella era estudiante y Rosario fue nombrada sustituta del catedrático titular de Historia del Arte en el Instituto. Le entusiasmaba la pintura del trecento italiano y transmitió al alumnado su pasión por esta asignatura. Les mostró obras de artistas como Giotto con temática de La divina comedia: ascensión y caída, levitación y abismo, miedo y coraje, y siempre la amenaza de la muerte rondando como un cortejo invisible a la vida. Al término de la clase, Águeda escribió Lo raro es vivir, posible título para una canción.
Asimismo, en la narración es evidente que Águeda y su madre tenían sus diferencias. Se menciona la separación de sus padres y la compra de un dúplex por la zona del Bernabeu donde apenas vivió 5 meses con su madre, ya que se mudó a un ático en Antón Martín en el que disfrutó de su libertad con Roque. El encuentro casual con Rosario en una sala del museo Reina Sofía supuso un cambio radical. La profesora pasaba por una mala racha. No tenía trabajo y se había quedado sin alojamiento. Águeda le pide a su madre que la dejara residir temporalmente en su parte del dúplex. Lo que no podía suponer es que el sueño de Rosario de ser artista, aunque era mediocre, se iba a hacer realidad gracias a su propia madre, Águeda Luengo, una pintora reconocida, y que ambas vivirían juntas hasta el fatal desenlace.
Pura telepatía, piensa Águeda, cuando decide llamar a la residencia para visitar a su abuelo y Ramiro Núñez se le adelanta al otro lado del hilo telefónico. Previamente fijan la cita en el jardín. El médico le informa que su abuelo leyó la carta que le envió. Tras un período de mutismo y negación, incluso con una embolia pasajera y afasia, había manifestado su deseo de verla. De modo que Águeda se dirige, disfrazada de su madre, a la habitación de su abuelo. Entra. Le parece que estaba hablando solo. Siente nervios y como siempre en esa situación no supo qué hacer con sus manos, lo cual dijo en voz alta, convirtiéndose de pronto en esa niña que ha descorrido una cortina roja, se ha asomado al despacho de su abuelo, y quiere que él lo sepa y la haga caso, interrumpirle en sus meditaciones.
-No le des vueltas a las cosas, padrito-dijo Águeda. El secreto de la felicidad está en no insistir. Entonces, el abuelo asiente. -Eso decías al volver del viaje de novios. Y luego mira, pasó lo que pasó. Obviamente, el abuelo se refería a su padre, Ismael, de quien afirma nunca la entendió. Claro, no se le podían pedir peras al olmo. La conversación la dirige el abuelo hacia la relación despegada con su hija, hecho que hace que la nieta manifieste que es lo que más quiere en este mundo. Pues díselo- interrumpió él. Sin embargo, el recuerdo de un incidente en un tren confirma a Águeda que el abuelo sabía que estaba hablando con su nieta. En el fondo se trataba de laberintos familiares. Entonces don Basilio sufre un ataque y el equipo médico se lo lleva de la habitación.
Águeda se marcha a casa. Durante el trayecto de regreso al hogar, su abuelo muere. Tomás había vuelto, de modo que le dan a él la noticia primero. Afortunadamente, Tomás era su consuelo. Águeda pone fin a la herencia de historias ajenas. Esa noche será el germen de una hija, Cecilia, y de un futuro en el que se centrará en su propia vida. Águeda retoma el estudio sobre Vidal y Villalba.
NOTA:
Me he sentido muy afín a Águeda Soler en expresiones que subrayan la imposibilidad de concentrarse en una solo tema. En la página 145, dice Carmen Martín Gaite:
- otros investigadores se concentran en su tema, van al grano y punto, son capaces de separarlo de lo demás. Pero yo no puedo. Para mí todo es grano-.
Cuando lo leí me vi totalmente reflejada, ya que suele ocurrirme lo mismo. Para mí todo es grano.....
Carmen Martín Gaite es una escritora que nos acerca a la complejidad del ser humano de una forma transparente y certera. ¡GRACIAS!
Sobre la autora (Salamanca, 1925-Madrid, 2000)
Autora de una amplia obra narrativa, de extraordinaria calidad, iniciada en 1954 con El balneario (premio Café Gijón de relatos) y continuada con las novelas Entre visillos, Ritmo lento, Retahílas, Fragmentos de interior y El cuarto de atrás.
En la editorial Anagrama publica Nubosidad variable, La Reina de las Nieves y Lo raro es vivir, así como Cuentos completos y un monólogo y los libros de ensayo e investigación histórica Usos amorosos se la postguerra española (Premio Anagrama de Ensayo), Usos amorosos del dieciocho en España, El proceso de Macanaz, El cuento de nunca acabar y Agua pasada.
Ha obtenido, entre otros premios, el Nadal, el Nacional de Literatura, el Anagrama de Ensayo, el Príncipe de Asturias de las Letras y el Castilla y León de las Letras.
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