Cruz del Mar

El domingo 28 de noviembre, en el marco de las fiestas de Santa Catalina,
en el centro socio-cultural de los Valles, asistí a la presentación del libro “Cruz del Mar” cuyos autores son Mario Luis López Isla (Cuba, 1955) y Juan Antonio de la Hoz (Lanzarote, 1966).

Arropado, como siempre, del calor del público, Miguel Ángel Rodríguez García, uno de los tres supervivientes nos relató, a través de su prólogo, la crudeza vivida en un día similar del calendario 32 años antes, alrededor de las 19:30 h, en las aguas del banco pesquero canario-saharaui.

Así supimos del ataque por sorpresa a un buque que faenaba a 2 millas de la costa y al oeste del cabo Cabiño. Su tripulación era casi una familia en la que coincidían hermanos, primos, tíos, sobrinos o amigos cercanos.

Todos buscando su sustento. Todos humildes. Todos buenas personas. Todos con las huellas de un trabajo duro en las palmas de sus manos. ¿Qué falta cometieron? ¿Pescar tollos, corvinas y tasartes? ¿Echar a la mar las redes con el único deseo de regresar por Navidad al seno del hogar y compartir el fruto de su esfuerzo con sus seres queridos?

Nadie podía imaginar que la Zodiac que avistaron aquella tarde tranquila en la que el más joven, Sebastián, de 14 años, aquejado de dolor de garganta, descansaba mientras los demás conversaban y jugaban a las cartas, se convertiría en una fecha fatídica.

Un grupo de 25 hombres, con ametralladoras y trajes de buzo, irrumpieron en el barco con el supuesto objetivo de hacer una inspección. No portaban ninguna identificación. Al principio parecían amistosos. Se comunicaban entre ellos en árabe y su portavoz hablaba perfectamente español. Afirmaban que los pescadores estaban en aguas propiedad del Frente Polisario y que ya se había dado anteriormente una advertencia a la embarcación de “Las Palomas”. Dos bolsas de plástico son colocadas en la sala de máquinas. Los marineros, obligados a ponerse de rodillas, son despojados de sus relojes, anillos, cadenas y objetos de valor. No hay piedad ni siquiera con el niño, al que llamaban Chano cariñosamente. Los disparos y el infierno comienzan.

Miguel Ángel, guiado por una fuerza divina, se lanza al agua empujando a Manuel con él. Las balas les rozan la espalda. Tras la marcha de los asesinos, ambos suben al barco y comprueban que hay una bomba. Una balsa medio rota es su único medio de salvación. Desde allí, a pocos metros, serán testigos, horrorizados, de la explosión del pesquero y de sus compañeros.

La voz de Eusebio, el hermano de Miguel Ángel, procedente de la oscuridad del inmenso mar, los hace reaccionar e ir a su encuentro. Los tres marineros serán rescatados de madrugada por el barco “Chico Grande” y posteriormente conducidos a Las Palmas por el destructor “Churruca”.

¿Quiénes fueron realmente los agresores del Cruz del Mar? Silencios oficiales y confusión. Diferentes opiniones refuerzan el hecho de la incapacidad militar del Frente Polisario inclinando la balanza al gobierno de Marruecos.

Los valientes supervivientes son un ejemplo de perseverancia al no compartir con la justicia la declaración de accidente sino de atentado terrorista. Reclaman una compensación por los daños físicos y psíquicos que padecen desde entonces.

A pesar del paso de los años la sociedad canaria no ha olvidado este salvaje ataque y exigen que se aclare la verdad. No han cesado los artículos, noticias e incluso canciones que resaltan la constante pesadilla que convive con los tres pescadores, desgraciados testigos de esa aciaga tarde, que les alejó del mar y cambió el rumbo de su destino.

¿Por qué la noche en la que se salvaron Manuel Hernández Marrero y los hermanos Miguel Ángel y Eusebio Rodríguez García las gaviotas revolotearon sobre ellos acompañándoles y llenándoles de energía? Precisamente para infundirles la fuerza necesaria, ellas que nunca vuelan de noche, para que contaran al mundo la tragedia y así que nadie se olvide de este crimen todavía impune.

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