"La clave"

"La clave" es un relato largo que forma parte del volumen 13 correspondiente al curso de Escritura Creativa que he llevado a cabo en Lanzarote, durante el verano 2010.



Cuando lo releo vuelvo a sentir la energía que experimenté al conocer a tan especiales mujeres, precisamente en el momento que más las necesitaba y que me inspiraron para dar cuerpo a este relato.







"La clave"

Comienzan las vacaciones ansiadas. Acabamos de llegar a Mallorca para disfrutar de unos días en la bahía de Pollensa. Ocupamos una vivienda muy espaciosa frente al mar,  sin peligro de coches, lo que permite a mis hijos ir y venir a su antojo. Esperan con ilusión la primera quincena de septiembre para reunirse con los amigos de otros veranos que, como ellos, han crecido un poco más y están deseando reencontrarse.
Al principio de la estancia siempre les alquilamos una bici para que se desplacen sin depender de los adultos. ¡Qué libertad! Algunos prefieren modelo "cesta" para ayudar con los recaditos a los padres y otros eligen "mountain-bike" para ir más veloces y meterse por atajos.
Contamos con actividades de ocio muy diversas. Los más pequeños suelen ir con frecuencia cerca del pantalán y se afanan por coger sepias despistadas o cualquier pececillo pillado "in fraganti". En la playa, protegidos del sol por pinos frondosos, descansan y charlan familias. Me gusta ver a los abuelos acompañando a los nietos a buscar bígaros, conchas y cangrejos con sus cubitos de plástico. Los jóvenes forman sus grupos, normalmente por edades, y deciden alejarse algo más para hablar de sus cosas. Escucho complacida sus risas provocadas por las bromas que surgen  en un ambiente estival y distendido.
 
Es mi primer día de descanso en esta acogedora isla balear. Me dirijo al bar cafetería del antiguo parador. La mayor parte de la gente se encuentra de tertulia en la terraza al ritmo de un Martini o una cerveza bien fría. Entro en el salón principal y elijo una mesa redonda junto a grandes ventanales desde donde diviso el mar, mi fuente de inspiración. Saludo a Mariana, una joven camarera de 21 años, atenta a las demandas de los clientes. Me siento y reparo en los cuadros que decoran las paredes. Respiro hondo y saco mi portátil. Lo conecto a la red fija y, mientras el programa se abre, pienso en los acontecimientos vividos recientemente y en el objetivo que me he propuesto para estas vacaciones.
Sonrío al recordar a mi padre, artista pintor-poeta, escribiendo en su sencilla máquina Hispano Olivetti Lettera 35. Últimamente se quejaba de ciertas teclas que ya no funcionaban. Más de cuatro décadas hilando palabras que nos había enviado en una simple encuadernación hacía ya dos años. Y de nuevo la imagen de la última carta, un mes de noviembre de 2007, en la que nos rogaba a las hijas, en caso de fallecer, le publicáramos su libro de poesía. Él, desde el Cielo, al cual aspiraba, nos lo agradecería.
Rodeada de arte inicio el sueño de papá. Creo la carpeta “Versos entre tinieblas” y el primer archivo con la dedicatoria. Absorta con los dos primeros poemas oigo  unos acordes que me transportan a la paz que tanto anhelo. La música procede de la biblioteca donde otras veces he visto un piano dormido, esperando que unas manos expertas y llenas de ternura inicien una melodía que lo despierte, inundándolo de vida. Al acercarme percibo desde el hall la suavidad de las notas.  Me acomodo en una esquina de la sala respetando la concentración  de la pianista. Cierro los ojos e intento seguir el compás. Mi alma se llena de energía.
Termina la música y aplaudo. Me levanto con la intención de presentarme. La mirada de la pianista es cálida y sincera. Se llama Camino y ocupa un apartamento también vista mar en el que encuentra la quietud y la belleza del horizonte que precisa para componer.  Le expreso mi admiración y me invita a volver a escucharla cuando regrese a ensayar al piano sus creaciones. Acepto encantada con la certeza de haber probado un delicado aperitivo de notas musicales.
Es la hora del almuerzo; recojo el portátil y salgo fijándome en un libro cuya portada es conocida. Me acerco y leo  "La sombra del viento" de Carlos Ruiz Zafón. Me sumergí en su lectura las madrugadas silenciosas de un mes de agosto de 2004.
Tras una grata comida y sobremesa familiar en la que los niños comparten con nosotros su plan de actividades,  mi corazón me dirige de nuevo al refugio del salón de la cafetería. Continúo con la poesía de mi padre, eje conductor de este proyecto ilusionante. Le pido un café a Mariana y vuelvo a instalarme en mi mesa preferida. De pronto oigo una voz dulce femenina que pregunta si el bar dispone de conexión a Internet. Me giro y le informo de la existencia de una clave ofreciéndome a anotársela. La tengo escrita en una pequeña libreta que llevo en el bolso de mano. Me lo agradece con una sonrisa siguiéndome hasta la mesa. Se fija en el título de la hoja que tengo sobre el teclado.
- Es el poema "A mis tres hijas" que nos dedicó mi padre un 14 de febrero – le explico- del año 2000 cuando residía en Torre del Mar, en Málaga. La festividad de San Valentín abarca toda clase de amor – aseguraba él.
- Nosotras también somos tres - me señala.
No le he preguntado por su nombre pero sus rasgos físicos descubren su gran parecido con su hermana Letizia. Su bebé, esperando en el carrito, llama nuestra atención en su particular jerga infantil.
- ¿Cómo se llama? - inquiero divertida por los sonidos que emite
- Amanda - responde la joven.
- ¿Cuántos meses tiene? - le pregunto.
- Ha cumplido la semana pasada 5, nació el 28 de marzo - me contesta.
Una verdadera casualidad - pienso - sin atreverme a confesarle que ese fue precisamente el último viernes de la vida de mi padre. Esa mañana soleada de una primavera recién estrenada fue a la administración de lotería de la calle Triste Condesa donde entregó su semanal quiniela a Julia junto a unos folios en los que había escrito unos "diálogos sorprendentes". Eran realmente situaciones cotidianas cargadas de humor e ironía cuyo fin exclusivo era entretener a la gente y hacerles olvidar sus rutinas y sus problemas.
Dos niñas irrumpen en el salón preguntando por el cuarto de baño. Como Mariana no puede ausentarse del área de la barra me levanto para acompañarlas. Por el pasillo que conduce a los aseos me dicen al unísono que se llaman Alicia y Carlota. Tienen 4 años y son amigas. Me fijo en los ojos de Carlota. Me recuerdan al ámbar azul exclusivo de Republica Dominicana. Lo desconocía hasta que leí un reportaje sobre viajes de un suplemento dominical descrito magistralmente por Clara Sánchez.  La niña, orgullosa, me dice que los ha heredado de su abuela paterna que era modelo. Y así, sin dar más explicaciones, se marchan para reanudar su juego.
Miro el reloj. Son casi las 21 h. Apago el ordenador y me voy a recepción a pedir a Ana que me haga una fotocopia del poema que la madre de Amanda miró con interés. Ha recibido una llamada y se ha ausentado para responder. La deposito con cuidado en el teclado de su portátil y le ruego a Mariana que la preste atención hasta que vuelva. El viento, que ha hecho acto de presencia  toda la tarde, la puede hacer volar. Asiente y me desea una buena noche. A ella también le gusta mucho la poesía.
El día siguiente amanece sosegado y desconectado por completo de la crónica negra que los medios de comunicación han transmitido durante el mes de agosto. Innumerables casos de violencia y el gravísimo accidente que se produjo inmediatamente después del despegue del vuelo 5022 de Spanair en el aeropuerto de Barajas en el que murieron 154 pasajeros. Suena mi móvil y escucho la voz animada e inconfundible de Camino que me propone acompañarla sobre las 18 h a Murta, un herbolario cercano. Me parece buena idea. Así aprovecho para comprar unos copos de quínoa para el desayuno y algunos zumos para los niños.
El trayecto se nos hace corto. Al entrar vemos las estanterías muy organizadas y nuevos productos. Necesito ayuda y me dirijo a una señora que aparentemente trabaja allí. Su rostro refleja la experiencia de los años. Me atiende amablemente. Le pregunto cómo se llama y pronuncia Malen con la primera sílaba ligeramente alargada.
¿Malen? - repito yo - ¡Significa pintar en alemán! - exclamo rotundamente. Me mira sorprendida y le comento que mi padre era artista y enseguida he asociado su nombre con su vocación. Sentimos buenas vibraciones al intercambiar unas frases y nos damos cuenta de que nuestro encuentro debía tener lugar. A mí me gusta escribir historias reales de anónimas personas cuyas vidas son tan interesantes que merecen ser escritas para que nadie las olvide y aprendamos de ellas. Malen me abre su corazón y me dice que ha nacido en Algeria y que ha pasado muchas vicisitudes, entre ellas una guerra en 1954 cuando tan sólo era una niña. Una infancia marcada por la violencia, los combates y los atentados terroristas hasta que se independizaron de los franceses que desde 1830 habían ocupado ese país. Me facilita su número de teléfono y prometo llamarla para fijar una cita y escuchar en un entorno más apropiado su vida de  lucha y superación.
Camino y yo regresamos por el agradable paseo marítimo de Voramar con sus tiendas de recuerdos, cafeterías, heladerías, hoteles y casas de ensueño. Nos detenemos ante un busto en homenaje al pintor Anglada Camarassa realizado en 1974. Observo las inscripciones Barcelona-1871/ Puerto Pollensa 1959. Mi padre también nació en Barcelona  aunque sus raíces eran gaditanas. Proseguimos y al cabo de unos metros aparece Carlota con su familia. Nos saludamos y Carlota nos da un beso contándonos que esa noche hay un espectáculo de flamenco y se va a vestir con un traje de lunares. Le encantan sus zapatos de color rojo, la peineta y los grandes pendientes de aro que llevará a juego.
- Después de cenar - le digo - iré a verte bailar.
- Hasta luego - contesta con entusiasmo.
Llegamos alrededor de las 20 h a nuestro lugar de veraneo y conforme avanzamos una música comienza a sonar.
- ¡Escucha! – Susurra Camino- Es la canción de los muertos, la que abre las puertas al Paraíso.
Me estremezco y contemplo con todo respeto la bajada de la bandera. Nos despedimos con la sensación de haber compartido un momento muy especial para ambas.
Los días transcurren plácidamente con salidas a excursiones, mercadillos y visitas culturales pero no puedo apartar de mi mente el encuentro con Malen. La llamo y propone que nos veamos frente al Hotel I´lla d´Or la tarde del jueves.
Puntualmente, a la hora fijada, aparece Malen. Ha aparcado su moto en las inmediaciones. Nos acercamos charlando a la altura de la cafetería Joker y elegimos una mesa para dos. Pedimos un refresco y me explica que hace 10 años apadrinó a un niño de la Fundación Vicente Ferrer. En la actualidad canta en el coro de la tercera edad y ayuda a tres ONG. Vivió hasta los 18 años en Algeria. La figura de su padre machista la marcó por completo impidiéndole que formalizara una relación sentimental. Se marchó un año a París y llegó a Mallorca con 20 años. En esta isla conoció al hombre con el que se casaría 3 años después y donde ha trabajado incansablemente. Al morir su padre experimentó una experiencia astral y a los 40 años su vida dio un giro de 180 grados. En 1991 abrió el herbolario y ahora está a punto de jubilarse. Una oportuna liberación que le permitirá disfrutar más de su familia.
Malen termina su historia incidiendo en la importancia del perdón y la sincronía con la madre naturaleza. Ella la percibe al subir a la cima del punto más elevado de Mallorca, el Puig Major, con 1.445 metros de altitud. Me confiesa que escribe poesía y me recita unos versos de memoria que me confirman la pureza de su alma. Pedimos la cuenta y nos abrazamos con la esperanza de vernos el próximo septiembre.
Quedan tan sólo dos días para volver a nuestro destino, Lanzarote. Disfruto de la brisa que acaricia mi rostro a mi paso lento por la bahía. Intento relacionar mentalmente las causas que han motivado encuentros con mujeres tan especiales como Camino, Mariana, la madre de Amanda y Malen. Todas poseen grandes virtudes como la generosidad, bondad, humanidad y la sensibilidad por la música, el arte y la poesía. Sin duda el universo debe estar confabulado. Es como tocar la tecla de un piano y sentir que las demás se acoplan a la perfección. 
¿Será desde  el Cielo mi querido padre quien esté dirigiendo los hilos con igual destreza que sus pinceles para que su hija se mueva en un círculo casi mágico de encuentros y desencuentros? ¿O su incondicional musa quien afine con tanto acierto? En mi próximo viaje a Arenas de San Pedro,  en un valle acunado por la Sierra de Gredos, me acercaré a su pequeño cementerio. Y contemplaré en silencio la lápida de pared de un humilde artista pintor-poeta, en la que preside un imponente Palacio Real de Aranjuez rodeado de bellos jardines y fuentes. Telepáticamente, desde el que fuera su último Paraíso, le diré que estoy transcribiendo su libro y  leeré la esencia de su corazón que reza así en el epitafio:
"De vez en vez soy más feliz con menos cosas"

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