"Los ingratos", Pedro Simón

Los ingratos

Cuando fui a la biblioteca del Centro Cívico en Arrecife a pedir en préstamo libros para leer en julio, había una pila de ellos todavía pendiente de registro. Elegí otros como “La memoria vegetal” de Umberto Eco y “Un destino propio” de María Montesinos. A la hora de efectuar la gestión, Marga, la bibliotecaria, me ofreció la posibilidad de mirar en ese lote de libros de su mesa por si me interesaba alguno. La portada de “Los ingratos” de Pedro Simón (Madrid, 1971) captó mi atención. El rostro de un niño con ojos soñadores conectó con los míos. Leí su sinopsis. Una novela sobre una maestra, con destinos rurales, en la década de los 60-70. Lo estoy leyendo-dijo Marga- y tiene unos golpes buenísimos. Decidí también cogerlo. Tanto la dedicatoria “Para las que apenas cuentan, para las que tienen muchas faltas” como el recuerdo al principio de otro libro del escritor Héctor Abad Faciolince, “El olvido que seremos”, y el hilo de su argumento corroboró el acierto. 


Pedro Simón nos acerca desde el sentir infantil de Currete (David), el hijo menor de la maestra, a la vida en el pueblo, con su olor a leña y el gélido frío de los inviernos, donde la imaginación era imprescindible en el juego para solventar la falta de dinero. No era fácil para una mujer en esa época trabajar y máxime, como en el caso de la señorita Mercedes, si requería continuas mudanzas y trasladarse con la familia, desde que obtuviera la plaza de maestra. 
El objetivo final de residir en Madrid debía pasar previamente por una trayectoria laboral que les llevaría en el Simca 1200, cargado hasta arriba, con mascotas incluidas, a diversos entornos rurales. Tampoco para los hijos. Currete manifiesta su desarraigo y el malestar por tener que compartir su madre con todos los niños del lugar. Ella criaba además sola a sus 3 hijos. Sin duda, un choque en el pueblo, no acostumbrado a ver una mujer tan adelantada que incluso conducía, llevaba pantalones de campana y se peinaba a lo garçon. 

“Los ingratos” nos muestra la sólida vocación de Mercedes, su carácter vitalista, su empeño por el esfuerzo de hijos y alumnos en los estudios y la repercusión del destino lejano en el hogar. Una de las consecuencias es la no convivencia con el padre puesto que él trabaja en Madrid y cómo el peso de todas las responsabilidades en Mercedes ocasiona un caos temporal que será subsanado con la ayuda de una mujer viuda del pueblo, Emérita, que encontrará en Currete el calor del hijo accidentalmente perdido. La figura de Emérita (con discapacidad auditiva) representa no solo la estabilidad en el hogar sino la segunda madre que tanto necesita el hijo menor de la maestra. Su fiel cómplice en muchos momentos en los que la infancia y la adolescencia lo precisan. El vínculo con los amigos, Vicente Jesús y Gregorio, y la libertad que supone la naturaleza es fundamental, no exenta de peligros. Con ellos vive aventuras muy diferentes de los juegos recortables de muñecas de sus hermanas, Verónica e Isa. Algunas tan temerarias que harán incluso discutir a sus padres y madurar: 
“Ahora pienso que no te haces mayor de verdad ni sabes lo que es el mundo hasta que no escuchas insultarse a tus padres. Insultarse de aquel modo, digo.” (pág.35) 

 

Pedro Simón
Pedro Simón refleja claramente esa época en España, a la que pertenecen los padres de Currete, cuyo deseo era comprarse una parcela de fin de semana, llevar a los hijos al Parque de Atracciones y tener dinero para el traje de primera comunión o viajar a Benidorm. 
El pueblo era de paso, sin embargo, forjó un abanico variopinto de amistades y transformó la vida de Emérita quien aprendió a escribir en el hogar de la maestra (al abrigo de los dictados de la familia), a expresar sentimientos en su diario, a plasmar reflexiones sabias y a dialogar con ellos sobre temas que no se hubiera atrevido a hacer directamente. Así sabremos de la alegría que le daba a Emérita formar parte de ese hogar, llevar a cabo todas las simples tareas cotidianas, verles reír, contestar a las preguntas curiosas de Currete y, sobre todo, no sentir el inmenso silencio de la soledad. 

“Los ingratos” es un relato de amor inconmensurable. Una confesión entrañable de un cariño sin límites, capaz de abarcar más que el de la propia madre cuyas obligaciones impiden conocer los gustos y secretos de Currete. Dice Emérita en la página 108: 
“Tiene una maestra en casa y me lo pregunta todo a mí”

Por otra parte, la novela supone el despertar de muchos sentidos, el sexual, con miradas inocentes al cambio en los cuerpos; la tristeza por la ausencia del padre (unas vacaciones sin el padre son peores si eres niño y, sobre todo, si eres niño sin hermano-pág.55), la empatía por los más desfavorecidos, el miedo, la nostalgia y mayormente el de culpa, la que nace de las mentiras e inexplicable olvido paulatino hacia la persona que más te ha cuidado.

Y es que llega el día en que se produce la anhelada noticia de un destino en Leganés, la casilla final de la maestra. Con él la temida despedida de los amigos, del pueblo y en especial del manto protector de Emérita a Currete que ya no será posible en Madrid. Como es lo habitual se formulan las promesas de escribirse y de volver de visita al pueblo con asiduidad. Sin embargo, había cosas que cambiarían para siempre y otras que se irían para no volver jamás. La relación con Emérita se mantiene, pero cada vez más formal y distante. Felicitaciones de cumpleaños, postales navideñas y cartas espaciadas con breves acontecimientos vividos. No obstante, ella seguirá redactando folios en los que contará con todo detalle el devenir de los habitantes en el pueblo y sus falsas ilusiones, entre ellas sobresale el deseo de ver a Currete entrar por su puerta. El tiempo transcurre y Emérita sufre una caída. No tiene a nadie y la maestra acudirá en su ayuda. Sigue preguntando por Currete….

En “Los ingratos” se vislumbra el hondo deseo del perdón. Algunos encuentros como los deportivos tienen prórroga y su resultado puede verse beneficiado, desgraciadamente no ocurre así en la vida cuando su término está escrito en las estrellas. La excedencia que pide David con el fin de viajar al pueblo y visitar a Emérita no cumplirá con su objetivo. Los éxitos logrados en la ciudad son finalmente cuestionados, igual que el mito de fracaso en la opción de vivir en un pueblo.

“Me gustaría contarle por qué no he venido, excusarme después de tantísimo tiempo, darle las gracias. Volver a la casilla de salida de aquel parchís. Dejar que me coma. Llevarla a Madrid a los toros. Ponerle un dictado. Que se acordara del miedo insondable que me daban las mantis” (pág. 271)

La novela empieza y termina con un trasfondo de niño perdido en búsqueda de la madre. Al principio hay continuas referencias a la propia -Mi madre lloraba. La señorita Mercedes sonreía. - (pág. 41), y al final, sucede con Emérita. David pregunta a varios vecinos por ella y nadie la conoce. En todo ese tiempo imagina los momentos en los que aquella mujer sorda y sola, henchida de un amor desbordante retornaba a su casa vacía y les escribía a modo epistolar, esperando la invitación para ir a Madrid, confiada en que obrara el milagro. Ya es tarde.

Sobre el autor

Pedro Simón (Madrid, 1971) es periodista y escritor. Actualmente trabaja en el diario El Mundo. Como periodista ha ganado el Premio Ortega y Gasset de 2015 y el Premio al Mejor Periodista del Año de la APM en 2016. En 2020, fue finalista de los premios de la Fundación Gabo. Entre sus libros destacan dos antologías de reportajes (Siniestro total y Crónicas bárbaras) y su novela “Peligro de derrumbe”.

Esta novela ha obtenido el Premio Primavera 2021, convocado por Espasa y Ámbito Cultural. Se terminó el 26 de julio 2020. Hoy hace precisamente un año. 

Enlace a entrevista de interés a Pedro Simón:

https://www.zendalibros.com/pedro-simon-regresar-tiene-el-gozo-y-la-desdicha-mas-absolutas/

NOTAS

1ª.- En el apartado de agradecimientos, Pedro Simón menciona una reflexión del poeta Jesús Montiel, con la que coincido plenamente: 

La idea de que los hijos nos dan a luz

2ª.- En el día de San Joaquín y Santa Ana, dedico esta entrada del blog a mis abuelos maternos, José y Josefa, y paternos, Luis y Caridad.


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