El olvido que seremos - Héctor Abad Faciolince


El deseo de leer “El olvido que seremos” de Héctor Abad Faciolince (Medellín -Colombia) se acrecentaba las últimas semanas. Conocí a su autor con motivo del encuentro “Conversaciones literarias” que tuvo lugar en el Hotel Formentor, isla de Mallorca, del 10 al 12 septiembre 2010.
Héctor participó en el debate “El ensimismado laberinto de la memoria” junto a Sergio Ramírez, Juan Gabriel Vásquez, Juan Cruz y Patricio Pron. En su intervención incidió en comparar al escritor y poeta con un sismógrafo que vibra con una historia que sucede en las Antípodas aunque sean incapaces de actuar ante una tragedia.
Aunque estaba de vacaciones con la familia en la bahía de Pollença no dudé en desplazarme y en nombre de Mass Cultura asistir a todos sus coloquios y homenajes (Miguel Delibes y José Saramago) con la intención de escribir una completa crónica de tan relevante acto. 

Saludé a Pilar del Río, mujer del Premio Nobel de Literatura, y le entregué el primer número de la revista en cuya portada aparecía Doña Inés, la cocinera de Haría, y en su interior imágenes de José Saramago en compañía de Susan Sontag y doña Inés tras un sabrosísimo almuerzo (según palabras del Premio Nobel) un 11 de mayo del año 1996. 
Al regresar a Lanzarote en una tertulia organizada por la librería Tías, de la calle Libertad, se eligió este libro. Se explicó que estaba basada en el padre del escritor y su injusta muerte. Surgió un viaje y pensé que era mejor en ese momento no leerlo, quizá no estaba preparada todavía. Mi padre había muerto dos años antes y tenía muy presente su ausencia.
El 23 de abril supe que era la fecha indicada. Veo su dedicatoria:
“A Alberto Aguirre y Carlos Gaviria, sobrevivientes”
Y una entrañable cita:
“Y por amor a la memoria llevo sobre mi cara la cara de mi padre” Yehuda Amijai
 
Desde la primera página el estilo de Héctor Abad tan sincero, respetuoso y, sobre todo, tan desbordante de cariño por su padre se me quedó grabado muy hondo. En su caso habían pasado 20 años y recordaba con todo detalle cada unos de los hechos sucedidos hasta el fatídico día, 25 de agosto, en el que su padre es asesinado.
Todas las referencias a “su papá” son entrañables. Desde los títulos como “Un niño de la mano de su padre” hasta las confesiones en las que define a la figura paterna como ese ángel protector y liberador que todos anhelamos. Un profesor liberal, defensor de los derechos humanos, compasivo y generoso. Desde que era pequeño Héctor percibe la confianza que su padre le manifiesta además de ese exagerado amor, con sonoros besos y grandes abrazos que le hacen más fuerte. Un carácter alegre que inundaba el hogar al atravesar su umbral. Pensaba que “Mimar a los hijos es el mejor sistema educativo”. Señala con humor que siempre ha convivido con muchas mujeres: 5 hermanas, su madre, servicio, colegio de monjas…  
Sus recuerdos infantiles están marcados por la alegría y la sensación de bienestar que confiere el estar con los tuyos: anécdotas con su abuelito Antonio, estancias en la hacienda La Inés, su contacto con los animales (ordeñando, montando a caballo) y la naturaleza; también conoce el sufrimiento en los demás cuando acompaña a su padre en sus visitas médicas.
Resalta asimismo la capacidad emprendedora de su madre que había permitido que la familia viviera desahogadamente siendo además la oficina punto de partida de su aprendizaje en la redacción de cartas. La describe como tolerante, vital, alegre, liberal aunque debía aparentar ante la sociedad y ocultarlo.

Héctor Abad Gómez e hijo
Otra de las características fundamentales de su padre es la figura de orientador en sus lecturas como “The Story of Art” (Ernst Gombrich), poseedor de una amplia biblioteca que le liberaban mentalmente.
Para Héctor niño eran incomprensibles los largos viajes de su padre (Manila, Kuala-Lumpur, Los Ángeles) originados por motivos ideológicos, a pesar de predicar la tolerancia y el "mesoismo" (defensa del justo medio, antidogmatismo y negociación). La evocación de su reencuentro en el aeropuerto es una máxima de felicidad.
Compara los caracteres opuestos y complementarios de sus padres (él: agnóstico, iluminismo filosófico, odiaba el dinero, materialista en lo ultraterreno espiritual; ella: casi mística, realista, creyente, resolutiva).
Con cariño describe la nula  habilidad del padre en tareas mecánicas, deportes, cocina, en definitiva, un exceso de sensibilidad que le impedía ejercer la medicina dedicándose a ella desde un punto de vista científico. Cita la música como su mejor medicina para los momentos de desconsuelo o decepción. Leía poesía en inglés, francés y español. Para los hijos fue la imagen de la familia feliz. En la Biblioteca experimentaba los efectos benéficos de la música y la lectura, una estancia de transformaciones. La vida transcurría como una rutina placentera (veranos con primos en Cartagena). Será también su padre quien le acerque a la muerte haciéndole presenciar una autopsia.
Destaca la tolerancia y gran confianza que depositaron siempre en él comprendiéndole aunque cambiara de estudios, lo expulsaran de la Universidad, estuviera desempleado o se fuera a vivir sin casarse con su primera mujer.
Sin embargo sucedió un hecho que partió en dos la historia de su casa: la muerte de su hermana Marta Cecilia un 13 de diciembre de 1972. A pesar de haberla llevado a los mejores médicos a Estados Unidos no pudieron combatir el cáncer de piel. Una niña que desde pequeña destacó por su talento musical e inteligencia. Una absurda tragedia sin sentido para la que no vale ningún consuelo. Quince años más tarde la familia volvería a vivir una amarga experiencia con el asesinato de su padre.
Un gran recuerdo es para Héctor la etapa en la que su padre fue nombrado Consejero Cultural en la Embajada de México. Tenía 19 años y era la 1ª vez que salía del país. Tuvo la oportunidad de leer con total libertad en la biblioteca de un amigo durante 9 meses que duró su estancia. Su padre le permitió que la pasara dedicándose a la lectura sin presión alguna y asistiendo a talleres literarios. Meses lentos, de ocio, abulia y felicidad con la lectura de  los 7 volúmenes de la Recherche, de Proust, y "En busca del tiempo perdido".
En 1982 su padre fue jubilado, hecho que le dolió muchísimo pues estaba en plenas facultades mentales. Se dedicó entonces más a la familia, los amigos y a cultivar rosas. Hasta 1987 trabajó en el Comité para la Defensa de los Derechos Humanos de Antioquia. El 11 de agosto escribió un comunicado "Por la defensa de la vida y de la Universidad", en el último mes habían matado a 5 estudiantes y 3 profesores de distintas facultades. Sus denuncias valientes y claras producían furia en el Ejército y en algunos funcionarios del Gobierno, siempre con acento humanista, emocionado y vibrante. El lunes 24 de agosto lo llamaron muy temprano de una emisora de radio y le advirtieron de que su nombre estaba en una lista de personas amenazadas en Medellín. Al día siguiente asesinaron al presidente del gremio de maestros de Antioquia, Luis Felipe Vélez, en la puerta de la sede del sindicato. Una mujer gruesa le sugirió que fuera allí a rendirle su último homenaje.
Héctor había tenido una entrevista con un profesor y se sentía algo decepcionado. Su padre le diría la última frase de su vida:
 "Tranquilo, mi amor, ya verás que algún día serán ellos los que te llamen a tí"
 Minutos después sería asesinado en la casa del sindicato y también su discípulo Leonardo Betancur. Entre los papeles de sus bolsillos el epitafio de Borges:

"El olvido que seremos"
Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán, y que es ahora,
todos los hombres, y que no veremos.

Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el término. La caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los triunfos de la muerte, y las endechas.

No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre.
Pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá que fui sobre la tierra.

Bajo el indiferente azul del Cielo
esta meditación es un consuelo.

Se llevan el cuerpo y la familia encuentra en su mesa de despacho un sobre cerrado con el último artículo para el Mundo ¿De dónde proviene la violencia? 
Héctor escribe este libro en la plácida finca de La Inés, levantada por su familia, y confiesa que necesitaba contar esta historia. Sus asesinos siguen libres y cada vez son más poderosos, no los puede combatir pero sí a través de la palabra decir la verdad y declarar la injusticia. Han pasado 20 años. No pudo escribirlo antes pues el recuerdo lo conmovía demasiado. Aprendió de su padre algo que los asesinos no saben hacer:
"A poner en palabras la verdad, para que ésta dure más que su mentira"

Homenaje a la memoria y a la vida de un padre ejemplar

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