Mil doscientos pasos, Juan Cruz Ruiz
Mil doscientos pasos |
En “Mil doscientos pasos” Juan Cruz Ruiz vuelve a la infancia y adolescencia de su isla natal, Tenerife. Miedos y silencios narrados desde la perspectiva de un niño que manifiesta gran admiración por su maestro, don Domingo Pérez Minik, víctima de la época que le ha tocado vivir. Este infortunado y querido enseñante veía en el pequeño Juan indiscutibles cualidades como la de convertirse en poeta.
No se trata de un tiempo feliz de
juegos y despertares propios de la edad, sino de secretos compartidos y celosamente escondidos de una
posguerra cruel, tanto como la maldita contienda civil. El torbellino de ideas
que guarda Juan Cruz llega al mismo lugar de la calle en la que vivió episodios
imborrables, algunos en soledad y otros con sus amigos del barrio. Siempre
acechando la maldad como la paliza que inexplicablemente recibió de Crispín
ante el muro de su adolescencia. Por encima de todo, el amor de su madre que le
tenderá férrea la mano ante las vicisitudes de la vida o solidaria tal demostró con el maestro ante un pasado republicano tenebroso.
El padre de Juan Cruz Ruiz cuidaba vacas y huertas ajenas. La tristeza y la pobreza era a las familias como la piel que habitaban.
“Para que te acostumbres a lo amargo” - cita el autor (le ponían sal en la leche)
Asimismo, nos hace partícipes de su constante tensión ante las posibles temibles preguntas en clase al sentirse carente de la audacia de sus compañeros o en otras situaciones citando la vil presencia de Bigotes.
El niño que no ha cesado de
serlo, más viejo ahora, relata que se fue con 16 años de
su casa y del barrio. Le apodaban el Lonas, por el calzado humilde que llevaba.
“Recordar es hermoso si uno tiene con qué” - decía el maestro. Y por supuesto el periodista rememora hechos que lo merecen como el de su primer enamoramiento
al fijarse en Alessandra, las risas con sus amigos mientras veían películas en
las butacas del cine Olympia como “Ben-Hur” y su diversión con las lecciones de
anatomía.
Juan Cruz Ruiz confiesa que le duele
la espalda, es decir, la memoria y no tiene ni aire para borrarla. Calumnias y
maledicencias con finales trágicos de los que necesita, en el regreso a su
origen, el Médano, buscar sosiego.
“Mil doscientos pasos” es un
libro de honda reflexión, un viaje al pasado desde lo más profundo del corazón
de un niño que tuvo que sobrevivir en un mundo poblado de sombras y cobardías.
¿Quién era el verdadero cariante? Desde luego, no Juan Cruz Ruiz, que con este libro
demuestra una valentía suprema al desvelar sus más íntimas ansiedades, defectos
y también, muchas virtudes.
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