La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero

Rosa Montero (Premio Nacional de las Letras 2017) se inspira para escribir "La ridícula idea de no volver a verte" (Seix Barral) en el diario que Marie Curie redactó tras el fallecimiento de su marido, Pierre, rindiendo así homenaje al que fuera el alma gemela de la científica y al mismo tiempo, a su propio marido, Pablo Lizcano, a quien un cáncer le causó también la muerte un 3 de mayo 2009.

En la página 9, la periodista afirma con rotundidad:

Como no he tenido hijos, lo más importante que me ha sucedido en la vida son mis muertos, y con ello me refiero a la muerte de mis seres queridos

 

Portada

Por otra parte, Rosa Montero manifiesta su admiración por esta mujer polaca (Marya Sklodowska), una pionera que ganó el Premio Nobel de Física con su marido en 1903, y el de Química, en solitario, en 1911. Sus hallazgos: el radio y el polonio. 

La periodista nos desvela que Marie Curie enmudeció de dolor con el inesperado accidente de Pierre, atropellado por la rueda trasera de un carro de transporte de mercancías. 
Se encerró en el mutismo, en el silencio, en una aparente, pétrea frialdad. La realidad era que no podía admitir el hecho fatídico. 

Transcribo de su diario íntimo las siguientes palabras:

 

A veces tengo la idea ridícula de que todo esto es una ilusión y que vas a volver. ¿No tuve ayer, al oír cerrarse la puerta, la idea absurda de que eras tú?

 

Marya Sklodowska tuvo desde siempre una vida difícil. Nació en Varsovia en 1867. Polonia no existía, estaba dividida en Rusia, Austria y Prusia. Sus padres, cultos e inteligentes, venían de una pequeña aristocracia empobrecida. Siguió los pasos de su padre, profesor de física y química en un liceo. En 1894 conoce a Pierre Curie. Ambos tenían muchas cosas en común. Eran idealistas y querían hacer algo por la Humanidad sintiéndolo como un deber moral. Se casaron en París por lo civil en julio de 1895.

La pareja trabajó en penosas condiciones, ya que no contaban con un laboratorio, sino con un cobertizo medio roto que antes había servido de almacén. El 26 de diciembre de 1898 informaron de su descubrimiento a la Academia de Ciencias. No sabían entonces que la radioactividad les iría destruyendo poco a poco. Debilidad, fatiga, dolores.... ¿Cómo no fueron conscientes de ese peligro? Con el Nobel empezó a cambiar la situación. La Sorbona ofreció a Pierre una cátedra de Ciencias y un pequeño laboratorio. En noviembre de 1906, tras el fatídico accidente sería Marie quien continuaría con sus clases.

Cuando alguien fallece-dice la doctora Iona Heath- hay que escribir el final. El final de la vida de quien muere, pero además el final de nuestra vida en común. Rosa Montero asevera en la pág. 174:

Sí, hay que hacer algo con la muerte. Hay que hacer algo con los muertos. Hay que ponerles flores. Y hablarles. Y decir que les amas y siempre les has amado. Mejor decírselo en vivo; pero, si no, también puedes decírselo después. Puedes gritarlo al mundo. Puedes escribirlo en un libro como éste.....

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La periodista habla de su afición a las biografías a las que describe como cartas de navegación de la existencia que nos avisan de los escollos y de los bajíos que nos esperan. Opina que el periodo de infancia, juventud y madurez suele relatarse más; sin embargo el de la vejez a veces parece un tobogán vertiginoso, aunque hay excepciones como la de Minna Keal (Londres, 1909) convertida en una de las más notables compositoras contemporáneas europeas a partir de los 80 años.

El espíritu comprometido de Madame Curie fue definitivo en la I Guerra Mundial. Se dio cuenta enseguida del papel esencial que podrían tener los rayos X en el frente, ya que permitirían analizar las fracturas, además de encontrar y extraer la metralla minimizando la violencia quirúrgica como las amputaciones que hasta ese momento se practicaban. Todo un éxito. 

Pierre y María Curie

Es un hecho que Madame Curie murió prematuramente por la exposición a la que estuvo sometida varias décadas al radio, pero en ese tiempo, como consta en su diario, fue muy feliz, consagrada junto a su marido por completo al trabajo. Murió el 4 de julio de 1934.

Rosa Montero nos habla con frecuencia de las coincidencias y de los gratos recuerdos vividos con su marido. Uno de ellos es cuando  Pablo Lizcano le cuenta la impresión que experimentó al escuchar a una niña cantando bajo una higuera. Quizá fuera precisamente ése el último que él también tuviera....


Gracias, Rosa Montero, por este libro. Cada vez que te leo descubro más afinidades. Por supuesto, a la Biblioteca del Centro Cívico de Arrecife, mi espacio de paz y sosiego, en Lanzarote.

Sobre la autora

https://www.rosamontero.es/biografia-rosa-montero.html



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