INSOMNIO
jueves, abril 23, 2020
Siempre
supe que esta sería mi casa definitiva. Nos lo habíamos jugado todo a una única
carta soñando con un piso frente al mar. Nuestros ahorros de dos décadas en
continuo sacrificio y los venideros estaban ahí depositados. Aún recuerdo la
imagen del domótico inmueble, proveniente de una maqueta color verde agua, y a
su grandilocuente vendedor jactándose de inmejorables calidades; entretanto mi
pensamiento se evadía imaginando su espléndida luz y la alegría que habitarían
sus espacios.
Estaba
segura que esta vivienda se convertiría no solo en la primera propiedad familiar
sino también en la segunda residencia vacacional e incluso en el último reducto
donde terminaría viviendo en Lanzarote. El largo y paciente camino de
vicisitudes, alineándose bondades en críticos momentos, había valido la pena.
Mi hogar era sin duda privilegiado refugio en obligado confinamiento ante el coronavirus.
La
habitación estudio de la fachada norte se erigía en sólido pilar de
comunicación desde el 16 de marzo. La publicación del real decreto en el BOE, declarando
el estado de alarma, suspendía las clases presenciales motivando que mi labor
docente continuara de manera virtual. Su ventana, imán de cotidianidades del
patio, se sumaba por la mañana a una sutil invitación, asistiendo gratuitamente
al concierto en directo de frenéticas lavadoras, tintineos de loza y pertinaces
taladros, que felizmente tornaba atardeciendo al de juguetonas voces
infantiles, melodías de instrumentos musicales y resilientes aplausos.
Mis
alumnos desconocían que todavía seguía de baja médica. El esguince del tobillo
derecho persistía en su dolor, claramente nimio, comparado con el sufrido por miles
de personas en el mundo, a consecuencia de la veloz y traumática pandemia. Las
noticias revelaban diariamente escalofriantes cifras de contagios de Covid-19, fallecimientos
de seres queridos sin beso de despedida, la soledad de injustas muertes y la
angustia lacerante de inciertos futuros laborales. ¿Cómo contribuir a controlar
esa desmedida sinrazón? Quedarse en casa constituía la rotunda respuesta.
Un
domingo de cuarentena descubrimos mi marido y yo a alguien saltándose la norma.
Finalizábamos casi el almuerzo en la terraza, asiduo mirador de numerosos barcos
y cruceros, cuando escuchamos a la perpleja vecina de al lado señalar el
avistamiento de un incívico submarinista. ¿No era consciente de la global prohibición?
La anhelada libertad le duró poco. Sendas patrullas de policía aparecieron en
escena y tras febril persecución capturaron sus ágiles aletas. Terminada la espontanea
observación telescópica, disfrutamos de la vivificante energía del ala sur de
la vivienda, del sosegado murmullo de la marea y de la visión del afortunado paseo
de canes con la absoluta certeza de que la naturaleza pronto nos abrazaría.
Óleo a espátula sobre tabla (Luis Jiménez-Pajarero) Año 2006 |
Por
ahora mi pequeña biblioteca me regalaba el caluroso encuentro de fieles autores
y personajes de novelas, ávidos de tertulia. Conversaría con ellos después
porque tenía una cita al final del pasillo e iba con retraso. No estaba
acostumbrada a andar con muletas.
-Buenas
tardes- pronuncié.
Don Alonso Quijano no contestó. Sus ojos desorbitados proyectaban
el insomnio de titánica lucha contra el coronavirus y la preocupación por hallar
la eficaz vacuna.
Nota: Relato corto participante en el Concurso "Historias de andar por Casa" convocado por el Colegio Oficial de Arquitectos de Lanzarote con motivo del Día del Libro (23.04.2020)
Nota: Relato corto participante en el Concurso "Historias de andar por Casa" convocado por el Colegio Oficial de Arquitectos de Lanzarote con motivo del Día del Libro (23.04.2020)
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"Para mi la escritura es un camino espiritual" (Rosa Montero)
"Viviendo rodeados de señales, nosotros mismos somos un sistema de señales"(José Saramago)
"Sólo cabe progresar cuando se piensa en grande, sólo es posible avanzar cuando se mira lejos" (Ortega y Gasset)
"Concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las que sí puedo y la sabiduría para establecer esta diferencia" (Epicteto)
"La ingratitud es el precio al favor inmerecido" (Ignacio Manuel Altamirano)
"Se viaja para contemplar con los propios ojos la ciudad apetecida y saborear en la realidad el encanto de lo soñado" (Marcel Proust)
"Pero cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo"
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