TANA - Pedro Alisedo Goycoa - I Certamen Relatos Cortos de Yaiza 2013
viernes, abril 26, 2013
Tana es el relato ganador en la categoría de adultos del I Certamen de Relatos Cortos de Yaiza 2013 organizado por la Asociación Cultural Castillo del Águila y el Todo-arte Grupo de Lectura.
Su autor, Pedro Alisedo Goycoa, residente en Playa Blanca y oriundo de Galicia.
Fue leído en voz alta por el presidente del Cabildo, don Pedro San Ginés, en el papel de mago, Cristina Temprano, interpretando a Tana y Aday, y la que escribe ahora, Syra Jiménez-P. Arias, en la figura de narrador.
TANA
Su autor, Pedro Alisedo Goycoa, residente en Playa Blanca y oriundo de Galicia.
Fue leído en voz alta por el presidente del Cabildo, don Pedro San Ginés, en el papel de mago, Cristina Temprano, interpretando a Tana y Aday, y la que escribe ahora, Syra Jiménez-P. Arias, en la figura de narrador.
TANA
El
mago se movía despacio sobre la tarima que hacía las veces de
escenario. Se explicaba en inglés y alemán, pues ingleses y
alemanes eran mayoría entre los clientes del hotel. Era nuestra
última noche de unas vacaciones largamente esperadas y aplazadas
siempre por mil motivos: trabajo, los estudios de nuestra hija o la
delicada salud de Tana, mi mujer, que ahora seguía sus movimientos
con ojos risueños y expectantes.
Mientras
bajaba con alguna dificultad de la tarima fue realizando el último
truco con un largo pañuelo de seda amarilla que recogió lentamente
en su puño . Rondaba los setenta y vestía un esmoquin algo gastado
y que le quedaba un poco grande, pero conservaba el pelo negro y un
aire entre bohemio y aristocrático que le daba un atractivo
misterioso. Con el pañuelo ya recogido el mago miró al público y,
juntando los dedos de su mano libre, sopló sobre ellos y los abrió.
Tana puso su mano sobre la mía y me miró sonriendo.
De
la mano que antes escondía el pañuelo salió una paloma que voló
aturdida entre los aplausos corteses del público.
-
Magia!! dijo Tana encantada.
Sonreí
y la miré. Conservaba todavía su belleza isleña, ahora madura, su
encanto y ese aire especial de despreocupación infantil que la
seguía haciendo, a mis ojos, irresistible.
-
Es bueno - dije
-
No, no. Es mágico - dijo ella.
Parecía
decirlo en serio y yo, sorprendido, levanté las cejas con
escepticismo y me encogí de hombros. Nos quedamos un rato en
silencio, viendo como el mago recogía sus bártulos y disfrutando de
una magnífica noche estrellada y del viento cálido del desierto.
-
La magia existe caballero, ¿no lo cree?
El
mago tenía la voz profunda, aterciopelada y con un fuerte acento
centroeuropeo. Se acercó hacia nosotros con su vieja maleta en la
mano sin dejar de mirarme. No había en sus ojos verdes una mirada
seria o reprobatoria. Era más bien la mirada de un maestro
dispuesto a explicar una lección.
-
Todos nacemos con la magia en nuestro corazón. Nacemos en un mundo
mágico, señor - El mago levantó la nariz, cerró los ojos e
inspiró el aire cálido y dulzón de la isla - ¿O hay algo más
mágico que el olor de la piel de nuestra madre? ¿O de la libertad
de inventarse mundos únicos, particulares? Por desgracia, la inmensa
mayoría de la gente pierde su magia en la niñez. Solo unos pocos
siguen guardando un niño dentro. Un secreto. Solo ellos pueden hacer
magia. ¿Lo comprende señor?
Le
miré sorprendido y asentí amablemente.
-
No, no lo comprende. Y no lo comprende porque no lo cree. Piensa
deductivamente, con la mente, no con el corazón – se llevó la
mano al pecho, negó con la cabeza, la agachó y , con gesto teatral,
la levantó lentamente mirando a Tana. - Pero ella... me he fijado en
ella. Ella guarda aun un brillo de magia. Mire sus ojos caballero.
Tana
permanecía muy quieta, mirando al mago fijamente. Parecía
tranquila, concentrada.
-
Pero, permita que me presente: mi nombre es Karlier. Besanctus
Karlier, y soy mago. Aunque éste no haya sido siempre mi nombre. A
veces los hombres deben cambiar de nombre y de piel como los
lagartos. Voy a demostrarle que la magia existe. ¿Usted cree que su
mujer podría hacer magia? No un truco, no. Magia verdadera, real. Me
refiero a algo inexplicable a la razón. Parece usted una persona
honesta, un hombre de palabra. Contésteme sinceramente.
Lo
miré un instante. No valía la pena mentirle ni mentirme a mí
mismo.
-
No lo creo – dije.
-
Perfecto. ¿Podría tomar asiento?
Asentí
y le indiqué la silla frente a nosotros. Se sentó despacio sin
dejar de mirar a Tana.
-
¿Su nombre? - le preguntó.
-
Tana.
El
mago sonrió y afirmó con breves movimientos de cabeza, como si no
hubiera esperado otro nombre más que ése. Sacó una baraja del
bolsillo.
-
Tome esta baraja. Como verá está precintada. Se trata de una baraja
francesa. Cincuenta y dos cartas distintas. Cuatro palos: corazones,
tréboles, diamantes y picas. Ábrala, por favor, compruebe que así
es, baraje y corte.
Tana
cogió la baraja con las dos manos. Abrió la caja de cartón y
arrancó el precinto. Puso las cartas boca arriba y ambos comprobamos
que era una baraja normal y corriente, con todas sus cartas. Después
Tana barajó a conciencia. Cuando le pareció suficiente dejó la
baraja ante sí, cortó y miró al mago.
-
Esto será muy sencillo. Ahora solo tiene que imaginar, “sentir”
una carta. Verla.
Tana
cerró los ojos. Por un instante me pareció dormida.
-
Ya está – dijo.
-
Ahora coja el mazo y extiéndalo en abanico delante de usted.
Tana
extendió las cartas despacio, parándose a colocar mejor algunas con
las yemas de sus dedos.
-
¿Cual es la carta que ha imaginado?
-
El dos de corazones.
-
Magnífico!!. Ahora piense dónde está la carta, sáquela y
colóquela bajo la palma de su mano.
Tana
no pareció dudar, sino “buscar” dónde se encontraba la carta.
Movió la mano por encima de la baraja apenas un par de segundos y
escogió una carta que separó delicadamente de las demás.
-
Ahora, Tana, dele la vuelta a la carta.
Tana
me miró y sonrió con su sonrisa más traviesa ;volteó la carta
despacio y allí estaba...EL DOS DE CORAZONES!!
El
mago aplaudió sordamente mientras sonreía y Tana estallaba en un
gritito infantil llevándose las manos a la boca. La mía se mantenía
abierta en una expresión bobalicona mientras miraba al mago primero
y después a Tana.
-
Increíble – dije asustado – pero... pero ¿Cómo diablos lo ha
hecho?
-
Yo no he hecho nada señor- dijo mostrándome las palmas de sus manos
– Ha sido ella, Tana. Ha sido capaz de usar algo que guardaba en su
corazón desde hace mucho tiempo. Ella “sabía” que podía
hacerlo. Es simple.
Apoyé
los codos en la mesa y me llevé las manos a las sienes. Aquello era
inexplicable. Tana no podía saber donde estaba la carta, y en cuanto
a casualidades, bueno, yo no creía en ellas. ¿Posibilidades? Una
entre cincuenta y dos. No, no era posible, y sin embargo ocurrió.
-
Vamos caballero, no busque más explicaciones. Es todo de una
sencillez apabullante, primitiva, infantil. Solo magia – El mago se
recostó en la silla y cruzó las piernas – Ahora Tana hará algo
más difícil, más personal. ¿Tiene usted un pañuelo, por favor?
-
Eh..sí, sí, claro. Aturdido, busqué en mi chaqueta hasta
encontrarlo.
-
Bien, muy bien - dijo el mago – Ahora, Tana, vuelva a poner la
carta boca abajo, coja el pañuelo y extiéndalo por encima. Así,
perfecto. Ahora coloque su mano sobre el pañuelo. Bien, lo que
quiero que haga ahora es que cierre los ojos y vuelva a los olores,
al tacto, a los sonidos de su niñez. Quiero que recuerde la magia,
“su” magia, y que escoja un objeto que la represente. Un objeto
donde pueda guardarla, donde puedan concentrarse su mundo mágico y
sus sueños.
Tana
cerró los ojos, echó la cabeza ligeramente hacia atrás y puso su
mano sobre sus labios. Pasaron un par de interminables minutos. A
veces sus dedos temblaban ligeramente y me empecé a preocupar. Miré
al mago, pero éste me hizo un gesto tranquilizador con la mano. De
repente, Tana habló con una voz un poco ronca.
-
Ya viene
Entonces
se relajó. Resopló moviendo la cabeza de un lado a otro, sonriendo,
como una niña que acabara de superar una prueba difícil, una
adivinanza.
-
Ya está, mira – me dijo.
Levantó
el pañuelo con dos dedos y descubrió una piedra verde, pulida y
rectangular: UNA OLIVINA DE LA ISLA!!!. La acercó a sus ojos y la
miró a contraluz y luego la apretó fuerte en su mano. Yo no salía
de mi asombro, no era capaz de articular palabra alguna.
-
Bueno Tana - dijo el mago – esa es tu piedra. Ahí está tu magia.
En ella podrás encontrar recuerdos de un mundo en el que viviste
hace tiempo. Te ayudará. Ahora debo irme. Ha sido un placer
conocerles.
Se
levantó lentamente, me saludó con una inclinación de cabeza y besó
la mano de Tana, que respiraba con la tranquilidad de alguien que ha
recuperado algo muy valioso. Cogió la maleta y comenzó a irse, pero
pareció dudar por un momento y se volvió.
-
Ha escogido usted la carta del amor. “Les deux coeurs”, los dos
corazones!! Pero algo me dice que hay un tercer corazón, un
corazoncito que viene de camino. Debería mirar otra vez la carta.
Tana
se quedó paralizada por un momento, entonces, poco a poco fue
asomando a su rostro una sonrisa de felicidad. Se levantó y abrazó
al mago y lo besó en ambas mejillas mientras las lágrimas cubrían
su cara. Después volvió a sentarse y volteó la carta de nuevo y …
EL TRES DE CORAZONES!!
Antes
de cruzar la puerta el mago se volvió de nuevo, juntó los dedos de
su mano y, soplando sobre ellos, los abrió como si fueran fuegos
artificiales.
- Ha sido increíble, increíble. No entiendo nada – dije.
- Bueno, él ya lo ha explicado todo – dijo ella tranquila.
- ¿Y qué es eso del tercer corazón en camino? Tú ya no puedes...
Tana
me acarició la mejilla.
-
Pero que bobo!. Vamos a ser abuelos!!
Al
día siguiente, al regresar a casa, llamó Beatriz,nuestra hija.
Estaba embarazada. Tana habló con ella largo rato, la tranquilizó y
le transmitió ilusión y confianza. Yo seguía aturdido y confuso.
Llamé al hotel para intentar localizar a Karlier. Necesitaba
explicaciones, algo racional a lo que asirme. Me dijeron que ya no
estaba: aparecía y desaparecía por temporadas, algo que me pareció
natural en un hombre tan enigmático.
Tana
predijo que el bebé sería una niña. Al parecer se lo transmitió
la piedra. La olivina jugó a partir de entonces un papel importante
en su vida. Cuando su salud fue empeorando la veía a veces, muy
debilitada ya, sentada en su sillón y tapada con una manta,
sostenerla frente a sus ojos sonriendo. Creo que le ayudó a
dejarnos, de alguna manera, con más sosiego y naturalidad.
Años
después acompañé a Beatriz y a nuestra nieta a un congreso en
Praga en calidad de abuelo para todo. Mi yerno, por razones de
trabajo no se pudo hacer cargo de la pequeña, y mi hija insistió
tenazmente en que las acompañara para sacudirme la melancolía que
amenazaba con consumirme. Así que me dispuse a adaptar mis pasos a
los pasitos de la pequeña para descubrir la anciana y encantadora
ciudad a través de los ojos y las sensaciones de una niña.
Una
tarde, recorriendo las estrechas calles de la ciudad vieja me topé
con un cartel frente a un antiguo café que anunciaba: “Koulzelnická
Show!!”, Espectáculo de Magia!!, y debajo, en letras rojas: B.S.
Kharlyer. El corazón me dio un vuelco, faltaban horas para la
actuación, pero tuve la intuición, la certeza más bien, de que era
él y estaría allí, y sin pensarlo dos veces arrastré a mi nieta
adentro.
El
interior estaba oscuro y sin clientes. Los últimos rayos de sol que
se colaban por los cristales emplomados rojos y azules creaban en la
penumbra un ambiente mágico e irreal. La silueta de un hombre se
recortaba contra la luz de la última ventana, sentado frente a una
pequeña mesa. Me acerqué despacio con mi nieta cogida de la mano.
La niña, que había protestado con mi repentina carrera, parecía
encantada ahora con los reflejos de colores y los pequeños floreros
de cristal de Bohemia con siemprevivas que adornaban las mesas.
Levantó
la vista y me reconoció al instante. Estaba más viejo y más
delgado y seguía vistiendo su ajado esmoquin, pero conservaba su
pelo negro y su mirada penetrante.
- Oh, caballero, que sorpresa!!
Se
incorporó para estrecharme la mano. Mientras lo hacía no dejó de
mirarme a los ojos, y pareció saberlo todo. Todo lo que había
pasado en el tiempo transcurrido desde la noche del hotel, los
momentos felices y los tiempos tristes, mi soledad incurable,
irremediable. Me apretó firmemente la mano y me estremecí al sentir
en la mía un calor entrañable y reconocible.
- Lo lamento.
- Gracias – respondí confuso.
- Pero siéntense, por favor. ¿Que le trae por esta apasionante ciudad?
- He venido a acompañar a mi hija a un congreso.
- Y bueno, supongo que esta jovencita tan fascinante que le acompaña es su nieta, conozco esos ojos verdes. ¿Como te llamas querida?
- Aday. ¿Y tú? - la pequeña lo miraba curiosa y tranquila.
- Yo tengo muchos nombres – me miró con picardía – porque soy un mago. Dime Aday, ¿Te gusta la magia?
- Claro – respondió ella – A veces juego a hadas y hablamos.
- Que maravilla!!.
Aunque
se dirigía a la pequeña, me miraba a mí. Sabía que el destino o
lo que fuera me había llevado hasta allí buscando algo
incomprensible para mí, inaprensible. Apoyó los codos en la mesa,
emparejando los dedos de sus manos y volvió a mirar a la niña.
- ¿Quieres jugar a magia conmigo Aday?
- Sííí– Aday se puso de rodillas en la silla y juntó sus manitas imitando el gesto serio del mago.
- Bien. Coge una servilleta del servilletero, levántala con los dedos y ponla delante de ti.
- ¿Así?
- Perfecto. Ahora tápala con las manos y piensa en algo mágico, un tesoro, que te gustaría tener – hizo un gesto con la palma de su mano al frente- pero no lo digas!!. Ah, y tiene que caber en tus manos. ¿De acuerdo?
- Vale.
Aday
tapó la servilleta con las manos, cerró los ojos con fuerza,apretó
los labios e inclinó su cabecita sobre la mesa. Un mechón de pelo
rubio le cayó sobre la cara y reflejó los tonos multicolores de los
cristales de la ventana.
- Ya – dijo sonriendo.
- Veamos – dijo el mago.
Aday
apartó la servilleta y nos mostró en su mano una piedra pequeña,
verde y pulida.
- Una piedra mágica!!
Esta
vez no me pregunté nada, ni siquiera me sorprendí. Sólo “sentí”.
Cerré los ojos y comprendí que no debía comprender. Vi a Tana
mirándome serena, escuché su risa cristalina y noté sus manos
mientras apretaba con fuerza en mi bolsillo su olivina y sentía su
calor reconfortante.
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