La pirámide inmortal, de Javier Sierra

 

Javier Sierra
“La pirámide inmortal” es una novela de Javier Sierra que nos lleva a través de la figura de Napoleón Bonaparte (1769-1821) a un momento histórico, el término de la ocupación otomana en Egipto tras tres siglos. 
Un extraordinario relato de las memorias que el general francés recuerda en el interior de la pirámide de Giza durante la noche del 12 al 13 de agosto de 1799. Estará a solas en el vientre del mayor monumento levantado en el mundo antiguo, hecho que le cambiará su suerte y enderezará su destino.

Esa noche sintió una repentina parálisis y miedo, siendo testigo entre otras imágenes de su infancia en Córcega y el gran amor de su madre, Leticia, vaticinando que llegaría a resplandecer. Al recuperar el control de la situación supo que era la Providencia quien le guiaba. Bonaparte tenía entonces 30 años, la edad prevista para que ocurriera este hecho en la tumba del faraón Amenhotep III.

El origen de esta prueba de valor se debe a una persona de su confianza, el cicerone copto Elías Buqtur, con quien Napoleón había hablado múltiples veces sobre las pirámides y su principal secreto, el tesoro espiritual que encerraban. El intérprete insistía en aceptar lo que llegara, asumiendo el proceso de consiguiente dolor al vaciar el alma y la evidencia de la revelación de la pirámide en soledad.

Diosa Isis

Alrededor de esta prueba surgen peligros representados por Omar Zalim, un líder del sendero oscuro que había construido su reputación sobre el miedo. Todo el funcionamiento del universo, según él, estaba resumido con el dominio del Maat, palabra egipcia que significa “equilibrio”. 

Una figura clave es la de la joven Nadia ben Rashid, elegida por el destino para hacer cumplir a Napoleón Bonaparte el propio. Su abuelo Gabriel le había desvelado en el Templo de Luxor (la noche anterior a su muerte) una certeza relativa a sus antepasados. En una escena grabada a cincel aparecía una mujer tallada cubierta por un hermoso vestido de lino que le llegaba hasta los pies. Era la diosa Isis y Nadia era idéntica

Nadia será quien inicie al general francés en el rito que tiene que ver mucho con la energía sexual. Le explicará que para entregarle la vida eterna deberá morir primero.
Los antiguos egipcios creían que quien muere vive para siempre

Bonaparte, en la Cámara del Rey de la Gran Pirámide, vive una experiencia inolvidable. Es consciente de que muy pocos hombres han podido gozar de la visión que se le brinda a él. Los recuerdos transcurren, recostado en un sarcófago de granito, como el relativo al arcano del tarot con un mensaje de guerra encriptado en el que se aprecian dos símbolos astrológicos: Leo (signo natal de Bonaparte) y Júpiter (dios de las virtudes, juicio y voluntad).

Un relato lleno de enigmas y coincidencias tales son las de la religión cristiana y egipcia. Destaca la casualidad de que Osiris y Jesús nacieran un 25 de diciembre bajo el signo de una nueva estrella. Por otra parte, la historia nos acerca a los sabios azules que llevan una existencia discreta en el sagrado Monte Tabor y a quienes se confió el secreto de la sangre mitad divina, humana de Cristo.

Bonaparte evoca diversos hechos acaecidos que se entrelazan en su mente. Por ejemplo, la sensación placentera de un sueño en el que el suave perfume de flor de loto de una mujer hermosa le embriagó. Resultó ser Isis quien le avisaba de que solo el amor podría salvarle. Asimismo, visiona la aparición de Nazaret en el horizonte, el encuentro con unos beduinos que están al corriente de su obsesión por vencer a la muerte y su conversación sobre Yeshua, es decir Jesús de Nazaret.

Gran Pirámide de Guiza

En “La pirámide inmortal” queda latente cómo el predominio del caos, Isefet, es el desencadenante de que el equilibrio cósmico se rompa. No obstante, los lazos invisibles que los místicos mantienen con los antepasados hacen que puedan ver cosas que para los demás son imperceptibles. Estas visiones ponen en guardia a los portadores de tal don. 

A través de la curiosidad de Nadia, cuestionando a su abuelo, se reflexiona sobre la inmortalidad. ¿Alguien la ha alcanzado? Se desvela que el penúltimo en lograrlo fue el rey Amenhotep III, padre de Akenatón, con el reinado más próspero de la historia de Egipto. Siempre que hay un elegido por sus cualidades, los sabios azules descienden de las montañas para estar seguros del lenguaje del alma. En el caso de Jesús, llegó a Egipto siendo niño; tras una fugaz reaparición en el templo de Jerusalén entre los doctores, se desvaneció y nadie volvería a saber de él hasta los 30 años. A esa edad se entregaría con determinación a su misión de pescador de almas. 

Dios Toth y su mujer Maat
Javier Sierra muestra la carta astral de Bonaparte. Reflejaba que al cumplir los 30 años se le revelaría el secreto de Saint-Germain y las grandes preguntas sobre el destino y la muerte. Señala asimismo la importancia de los ancianos en la trasmisión de conocimientos y menciona a Hordedef, uno de los hijos del faraón Keops, quien construyó con rigor la pirámide que alberga el cofre, depositario de la sabiduría de Toth. Este dios del conocimiento es representado como un hombre con la cabeza de un ibis (pájaro sagrado) casado con Maat, símbolo de la justicia y el orden. Deberían ser inseparables como marido y mujer.


En "La pirámide inmortal" se constata que todo está escrito. Sin embargo, en el aire hay aún muchas preguntas por dilucidar:
¿Es la muerte el umbral de la auténtica vida? 
¿Marcó el destino de Napoleón Bonaparte la noche del 12 de agosto de 1799 en la pirámide de Giza?
¿Por qué aparece la diosa Isis y otros símbolos sagrados en el escudo de París?

Finalizo con la siguiente reflexión de Javier Sierra:
La vida es un viaje hacia la muerte. Un paso evolutivo, liberador, en nuestra experiencia humana. Un trance obligatorio para quedarnos solo con lo esencial. Con el alma.

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